Clarín

“Antes, ir al cine era la salida del barrio”

Multiprodu­ctor, repasa su carrera desde Mataderos a la calle Corrientes. Y dice que mantiene la vocación del primer día.

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El café: Mi café es el de mi oficina, en el teatro. No suelo ir a bares, tomo acá.

Empezamos en Cañada de Gómez casi Rodó, Mataderos, donde Carlos Rottemberg vivió hasta los diez años. Y una pasada veloz por la historia de la fascinació­n que sintió cuando lo llevaron al cine Los Angeles a ver Dumbo, no tanto por la película sino por todo lo que ocurría en la sala. A los 12 sabía dirección, capacidad y programaci­ón de los 42 cines del Centro.

Y esos cines de barrio...

Puede sonar chapado a la antigua pero tengo añoranza por esos cines. Si me das a elegir entre maní con chocolate y pochoclo, soy del maní con chocolate. Hoy son salas impersonal­es. En todos los pueblos hay alguno que te cuenta que se puso de novio ahí. La salida al cine era la salida del barrio, en Mataderos o en cualquier parte. Y querer dar cine fue mi llave para llegar al teatro.

¿Qué te enganchó del teatro?

Trabajar con materia prima humana es totalmente diferente a trabajar con celuloide, hoy ni siquiera eso. En ese sentido, lo más rico de esta profesión no pasa por lo económico.

¿Cómo definís tu tarea?

Lo que hago es programar, todo lo que exhibimos fue elegido, para bien o para mal. Más que un productor, aunque también hago es- pectáculos, soy un exhibidor teatral.

¿Y en qué pensás cuando elegís? Pienso en la sala, el momento. Llamé Multiteatr­o a esta empresa porque, por supuesto son muchas salas, pero además tiene que ver con ser amplio, me gusta programar para un público heterogéne­o. No tengo prejuicio, pero sí tengo límites. Me gusta tener una revista en Mar del Plata, y al lado necesito El

Precio, de Arthur Miller. Aplico en la programaci­ón lo mismo que me gusta aplicar como criterio de vida, que es buscar el equilibrio en el sentido común hasta donde uno puede.

“El punto más fuerte no es lo que transito en lo cotidiano, sino que hay un resorte que tiene que ver con no haberme olvidado de cómo era antes de empezar”, avanza.

¿Cómo es eso?

Hoy voy a dar charlas y hay una gran cantidad de chicos que quieren entrar a estas profesione­s y no saben cómo. La diferencia es que ahora hay espacios de formación y la cantidad de alumnos se ha multiplica­do, me refiero especialme­nte a lo que tiene que ver con la gestión cultural. El año pasado, por mis 40 años de carrera, Carlos Ulanovsky y Hugo Paredero presentaro­n un libro que editó Paidós, del cual puedo hablar tranquilo porque no soy ni el autor ni el editor. Creo que lo mejor del libro es como refleja el pase de la vocación a la profesión, que es donde radica el secreto. Cuando charlo con algún pibe lo primero que le cuento es que cuando tenía 15 o 16 años estaba dispuesto, y lo hice, a ponerme corbata un domingo de enero a las tres de la tarde para ser boletero suplente de un cine de Lavalle. Si no saben si están dispuestos, no soy el interlocut­or adecuado para ellos.

¿El que cursa una maestría en Gestión Cultural se plantea la posibilida­d de ser boletero?

Creo en eso. Necesito saber, tener una noción más que mínima de lo que pasa en un teatro y eso, ¿cómo lo estudiás?

¿Vas al teatro?

Al independie­nte más que al comercial, entre otras cosas porque trabajo en el comercial y como salida tiene más ingredient­es.

Se habla del circuito particular que tiene esta Ciudad y de cómo se fue expandiend­o.

Es real. En el libro cuento que cuando empezaron a diferencia­r entre colesterol bueno y colesterol malo me pareció que era una buena definición para el teatro: hay bueno y malo en todos los estamentos. Es mentira que el comercial es malo, el independie­nte es bueno y el público depende del gobernante. Como el colesterol, la cuestión es poder tener lo más alto posible el bueno y lo más bajo posible el malo. Con esto quiero decir que el circuito del teatro independie­nte tiene mucho colesterol bueno, y se nota. Y eso es un reaseguro para el comercial.

¿Cuándo es bueno un espectácul­o?

Cuando apela al sentimient­o. Hay dos grandes clichés. Uno dice que lo mediático vende entradas solo, y no es así. El otro, que la gente solo se quiere reír. Si fuese así, Titanic no hubiera sido nunca un éxito.

Dice que, como empresario, no es lo mismo vender entradas con algo en lo que hay conciencia de que es bueno. “Le vendemos una entrada a alguien que se movilizó, gastó plata, organizó a la familia y se clavó. Nosotros no vendemos nada tangible y si erramos en el contenido, ¿qué le vendimos? Tenemos que hacer que después de la función el espectador se quede con el programa de mano porque siente que se está llevando algo que justifica que por esa noche y varias más siga pensando y hablando de lo que vio. Si al salir del teatro tira el programa, va a comer y se olvida del tema, el círculo no cierra, aunque el teatro esté lleno”, explica.

Hablás del círculo y fuiste testigo de los cambios y los hitos de la avenida Corrientes.

El mayor hito fue cuando yo empezaba, allá por el 73, tanta gente que no se podía caminar. Eso cambió acá y en el mundo. Vas a Nueva York, que tiene más de 40 teatros juntos, terminan las funciones y los espectador­es desaparece­n, quedan los turistas que no fueron al teatro. El público viene al teatro y va a cenar a otro lado, queda muy poco residual para los boliches de la zona, pero no es la cantidad de otras épocas.

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En su oficina. Rottemberg atiende en el Multiteatr­o: “Estoy dispuesto a ser boletero”.

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