Clarín

Sobremesas (capítulo II)

- Horacio Pagani hpagani@clarin.com

El rito de las sobremesas extremas, de palabras y de horas, bien regadas, tiene marca registrada porteña. Y raíz bohemia. Es así. Aunque hay ciertos abusos que no pueden llamarse gastronómi­cos, sino de necesidade­s nostálgica­s de aglutinar amigos y afectos. Se sabe que los que trabajamos a la tarde-noche desde hace muchos años esta- blecimos la costumbre de las cenas externas reiteradas, en cualquier condición civil. Y el abanico se abre si uno fue cosechando hitos de relaciones en el pasado. Entonces, a las largas noches futboleras, lunes y jueves, con las presencias señoriales de Coco Basile, el doctor Cacho Paladino (el de los boxeadores de Lectoure), Mostaza Merlo, el Sapo Saporiti, a veces el Bambino Veira, y otros contertuli­os permanente­s, el que suscribe suma otros “compromiso­s”: miércoles por medio -al mediodía- con ex compañeros del Banco Boston (se fue del mismo en 1974), todos jubilados; una reunión mensual con periodis- tas amigos, casi todos docentes en Deportea. Almuerzos con pizza de plato principal. O a la carta. Discusione­s extenuante­s. Una comida mensual con ex compañeros del secundario (siete egresados en los años 60). Algunos encuentros con los amigos del barrio infantil (Ecuador y Santa Fe); la cita de cada domingo con Margossian y Vito Amalfitano, cuando está en Buenos Aires. Y otras, rutinarias o imprevista­s en diversos boliches, bodegones, cantinas y buenos restoranes de la querida Buenos Aires. Y bueno, el culto a la amistad se rinde en mesas bien provistas. Un código de porteñidad.

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