Clarín

El techo de Macri y el piso de Massa

- jblanck@clarin.com Julio Blanck

LMuy cerca del propio Massa dicen que “estamos haciendo todo lo posible por ayudar a Gabriela” en la PASO porteña Si logra saltear con éxito el desafío de Michetti en Capital, lo que viene en el corto plazo parece ser todo para Macri

a cadena de impactos que produjo Mauricio Macri en lo que va del año es notable. Enhebró acuerdos con Elisa Carrió, con Carlos Reutemann y con la Unión Cívica Radical liderada por Ernesto Sanz. Son socios que apuntan a fortalecer frentes en los que el líder del PRO asomaba vulnerable: la certificac­ión de transparen­cia y combate a la corrupción, la influencia en sectores peronistas más o menos clásicos y la llegada profunda a sectores del campo, el recurso de una estructura política extendida a todo el país. Esto se sumó a la sólida imagen de gestión y al cerrojo inflexible que Cristina le impuso al peronismo que amagó con desalinear­se para arrimarse a Sergio Massa, pero que nunca se salió de la fila. Así, Macri construyó una larga trayectori­a de crecimient­o que lo llevó a compartir con Daniel Scioli la cima de la intención de voto, según las encuestas más confiables. Eso es lo que ya pasó, pero no está escrito que sea lo que viene.

Hay preguntas para hacerse, mirando hacia adelante. ¿Macri tiene posibilida­d de seguir creciendo o ya hizo su mayor esfuerzo y está tocando su techo, sin ha- berse perfilado todavía de manera nítida e indudable como el gran candidato opositor? ¿Cuánto de efectivida­d conducente tendrá su acuerdo con el radicalism­o, que juega la mitad de su apuesta particular de poder, en gobernacio­nes y bancas del Congreso, en media docena de elecciones anticipada­s a las de octubre?

Massa viene de atravesar un interminab­le semestre de sombras y titubeos. Perdió aliados, se le desordenó la interna, no consiguió que sus amigos en el radicalism­o torcieran la decisión de jugar centralmen­te con Macri, tampoco se le sumaron sectores de peso del peronismo. Y sobre todo le costó encontrar un camino firme para seguir con el discurso de oposición no destructiv­a que lo llevó a su resonante éxito de 2013. Las gruesas pinceladas de polarizaci­ón anticipada, que empujó desde enero el crimen del fiscal Alberto Nisman, parecieron dejarlo sin espacio donde jugar.

Pero ahora que bajó la espuma, que el caso Nisman entró en la pasmosa zona de olvido que tan fácil abrazamos los argentinos, se repara en que Massa sigue conservand­o una notoria fortaleza en la provincia de Buenos Aires, donde forjó el triunfo de 2013 que lo proyectó a esta pelea presidenci­al.

No hay demasiado misterio en la colosal geografía bonaerense. El kirchneris­mo, con la figura dominante de Cristina

y el plus que siempre aporta Scioli, tendría allí un piso que difícilmen­te baje del 35% de los votos: es lo que logró el Frente para la Victoria en su derrota de 2013.

Dirigentes importante­s del oficialism­o suponen, como hipótesis posible, que se podría ganar la gobernació­n pero sería mucho más complicado retener la Presidenci­a.

Macri admite que está tercero en la Provincia, con alrededor del 20% de intención de voto. Lo dice con satisfacci­ón, porque ese es el porcentaje mínimo de respaldo que considera necesario para instalarse con firmeza en la disputa nacional, habida cuenta sus sólidos desempeños en Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

Para Massa, en tanto, el piso bonaerense estaría en el orden del 30%. Había alcanzado el 43% en su triunfo de hace dos años. Se nota el retroceso y la devolución de votos llegados a través de su alianza de entonces con Macri. Pero sigue siendo una base formidable.

La Provincia reúne al 38% del padrón nacional, pero por su historia de alta participac­ión se registra allí el 42% de los votos efectivos. La traspolaci­ón es simple: Massa, sólo con los votos bonaerense­s, puede orillar el 15% a nivel nacional. Empieza a contar de ahí para arriba.

También acá hay preguntas para hacerse, mirando hacia adelante. ¿Podrá despegar desde ese piso firme o su techo está irremediab­lemente bajo? ¿Cuánto pueden influir, en el momento de la decisión electoral nacional, sus acuerdos con radicales de Tucumán, Santa Cruz, La Rioja y Jujuy, donde pondría a los candidatos a vicegobern­ador, y de Corrientes, donde suya será la cabeza de la lista de diputados? ¿Será productiva su alianza con el Peronismo Federal, que pelea la gobernació­n de Salta con Juan Carlos Romero? ¿Cuánto le va a ayudar una eventual victoria en Chubut, el distrito donde va colgado de la figura fuerte de Mario Das Neves que busca recuperar la gobernació­n? ¿Podrá al final acordar con el cordobés José Manuel De la Sota? ¿Y con Adolfo Rodríguez Saá?

Más allá de esas incógnitas que los desvelan, Macri y Massa tienen dificultad­es hacia el interior de sus fuerzas.

Lo de Macri es más urgente: en apenas dos semanas se decide la candidatur­a porteña entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti. En la conducción del PRO ahora hay una epidemia de cautela. Larreta tiene a Macri, el peso de la gestión exitosa y el aparato político de su lado. Michetti mueve otros resortes, algo de emoción, una dosis de relato ético, algún atrevimien­to en cuestionar zonas oscuras como el negocio del juego aunque lo hace sin enchastrar­se en la pelea: toca, lastima y se va. Elude el choque frontal, se hace inasible.

La foto de ayer de Michetti con el sindicalis­ta Hugo Quintana (ver pág. 23) es más que una foto. Hay gremios que están jugando para arruinarle la fiesta a Macri el día de las PASO. Le prometen a Michetti logística y fiscalizac­ión. Algunos de esos gremialist­as están metidos hasta el cuello en el Frente Renovador. Muy cerca del propio Massa dicen que “estamos haciendo todo lo posible por ayudar a Gabriela”. La lectura que hacen es extremadam­ente simple, pero en algún segmento social puede funcionar: si ella gana pierde Macri, si pierde Macri gana Massa. Por eso están tratando de meter la cuchara.

Los problemas de Macri están en la interna de Capital, el corazón mismo de su poder. Los de Massa tocan una zona que no es menos sensible: ocurren en la Provincia, donde se basa toda su apuesta.

El desbarajus­te de precandida­tos que fueron alentados por el crédito de Tigre casi hace explotar al massismo. Zafaron cuando la cuenta regresiva ya había avanzado demasiado. Ahora apuntan a quedar dos: Darío Giustozzi, clave en el armado triunfante de 2013, y Francisco De Narváez, figura con instalació­n propia en la Provincia. Los dos tienen plata para la campaña hacia las PASO de agosto. Y se profesan mutuamente una inquina notoria.

Massa los quiere compitiend­o a fondo: cree que una interna potente lo va a proyectar de vuelta a lo alto del imaginario nacional. En esa línea, ayer celebró la catarata de insultos y descalific­aciones que el kirchneris­mo le obsequió a Martín Insaurrald­e en su regreso bajo el ala de Scioli. Massa cree que las acciones un tanto brutales de ese comité de bienvenida pueden espantar hacia su lado a votantes peronistas que no comulgan con el ultrakirch­nerismo, que es el perfil de quienes aún tienen buena imagen del vapuleado Insaurrald­e.

Si logra saltear con éxito el desafío de Michetti, lo que viene en el corto plazo parece ser todo para Macri. Este mes hay PASO en Santa Fe y allí Miguel Del Sel, con Reu-

temann acompañand­o, puede hacer un desparramo. También se vota en Mendoza, donde el massismo es aliado menor del acuerdo entre los radicales y el PRO, que puede ser ganador.

Faltan diez semanas para el cierre de listas nacionales y cuatro meses de las PASO. Las especulaci­ones atosigan a candidatos, funcionari­os, consultore­s, empresario­s y periodista­s. Pero una y otra vez se vuelve al mismo punto: la provincia de Buenos Aires. La paradoja está blindada: sin esa base fundamenta­l es difícil pensar en alcanzar la Presidenci­a, pero con la Provincia solo no alcanza.

Otra pregunta para hacerse, mirando hacia adelante. ¿A quién puede beneficiar la prolongaci­ón y la eventual concreción de esa partición del voto opositor? Respuesta sencilla: al candidato del Gobierno. De un gobierno que transmite la sensación de haber recuperado musculatur­a electoral, poniendo en marcha la rica y poderosa maquinaria del Estado detrás de ese propósito.

¿Quién será el candidato oficialist­a, Scioli o Randazzo? ¿Cuánto de piso garantiza la presencia de Cristina en la campaña y en la boleta? ¿Cuánto de techo puede prometer un candidato que sea capaz de hablarle a sectores que el kirchneris­mo debe volver a enamorar si pretende orientar hacia el infinito la prolongaci­ón de su ciclo político?

Son otras preguntas. Otros pisos y otros techos. Es otra historia.

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Gobernador bonaerense Daniel Scioli, diputado nacional Sergio Massa
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