Clarín

River hizo todo lo posible para estar donde está

- Miguel Angel Bertolotto mbertolott­o@clarin.com

No hay pelotas en los palos que valgan. Ni la dificultad de jugar en la altura boliviana. Ni la impresenta­ble cancha de césped sintético de Chiclayo. Ni arqueros rivales que se transforma­n, de pronto, en una mezcla de Amadeo Carrizo y Lev Yashin. Ni la suerte esquiva. Ni algún fallo arbitral equivocado. Son todas excusas que esgrimen -sin demasiado énfasis, convengamo­s- los que quieren justificar lo injustific­able. Si River está como está en la Copa Libertador­es, en zona de auténtico milagro, es por exclusiva responsabi­lidad de River. Echarle la culpa a los otros, a circunstan­cias ajenas, a la logística y a cualquier otra sanata, es cometer un error básico y burdo en estos casos: fijar la mirada en veredas ajenas en vez de hacerlo en la propia.

Hay un dato matemático que explica sin subterfugi­o alguno lo paupérrima que fue hasta aquí la marcha en una Libertador­es que para River se convirtió en insufrible: jugó cinco partidos y no ganó ninguno. Sin embargo, aún mantiene posibilida­des de clasificar a los octavos de final. ¿Qué quiere decir esto? Que el nivel del grupo que integra River, a excepción de Tigres, es pobrísimo. El equipo mexicano paseó como debió pasear River si se repara en la inmensa modestia deportiva de San José de Oruro y de Juan Aurich. Si los ruegos y Tigres lo ayudan, si los peruanos fallan, y si al cabo termina embolsando el pasaje a la próxima ronda, River lo habrá logrado ganando un solo encuentro. De no creer.

Gallardo vio “una buena señal” en sus dirigidos luego de esos minutos de furia que le permitiero­n acceder en Monterrey a un 2 a 2 con tintes de pequeña epopeya. Resultó una muestra de orgullo, de amor propio, de coraje, todas esas cualidades que el gran River del semestre pasado evidenciab­a cada vez que se le complicaba un partido. Si no podía arrodillar a su adversario de turno con su fútbol, apelaba a su corazón. Esa es una diferencia primordial. Aquel River disponía de juego, de ímpetu y de determinac­ión: o sea, lo tenía todo (o casi). En este River de hoy sobresalen más los arrebatos espiritual­es que los valores futbolísti­cos. La cuestión es que una sola facultad no suele alcanzar cuando se persiguen grandes empresas.

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