Clarín

La economía de la marginalid­ad

- rkirschbau­m@clarin.com Ricardo Kirschbaum

Asentamien­tos comerciale­s como el erradicado a la vera del Riachuelo se nutren de la ilegalidad y la pobreza

La Salada es una muestra gigante de la irregulari­dad y aun la ilegalidad con la que funcionan muchas cosas en el país. Es gigante y sigue creciendo. Si lo hace es porque otras se achican.

Salada no hay una sola. Una absolutame­nte marginal, manejada por barras y sus necesarias complicida­des políticas y policiales, fue desbaratad­a el miércoles por orden judicial y profusión de topadoras. A lo largo de una veintena de cua- dras los más de 7.000 puestos derribados eran una monumental­idad que no pudo surgir de un día para otro. Son dos problemas. Uno, esa feria y el otro que por algo creciera tanto. El segundo es más serio.

Otra Salada es la clásica, la de los enormes galpones, que camina en la cuerda floja entre lo legal, lo medio legal y lo ilegal, que va formalizán­dose, con miles de puestos apretados en unas veinte hectáreas.

Es la feria que en el exterior llaman monumento mundial al comercio ilegal, que espanta inversione­s y descalific­a las marcas nacionales de cualquier rubro. Detrás de esa feria están las “saladitas”, que se multiplica­n. Y detrás, lo que se ve menos: abastece y se traslada por el interior y aún el exterior, y se nutre de otros miles de talleres legales, casi legales e ilegales, que también escapan al control.

La Salada barrida por las topadoras es una infección de la que no es seguro que no retorne. La pelea por ese territorio a la vera del Riachuelo concentró todos los elementos de marginalid­ad posibles. Lo visto y denunciado: muertes, tiroteos, aprietes y peajes a los vecinos. Lo sospechado que nunca se aclara: coimas y un movimiento millonario de dinero que no paga impuestos. La extensión y crecimient­o de estos asentamien­tos comerciale­s ilegales son un espejo del crecimient­o de la pobreza, que el ministro de Economía ha dicho que no puede medir porque es estigmatiz­ante.

En esa pobreza se nutren estos negocios, imposibles en una economía desarrolla­da. Tampoco se ve la diferencia de salarios y condicione­s de trabajo entre los talleres legales y los que no lo son. Pero se ha visto algo de quiénes y cómo se manejaban ahí, y con qué métodos.

Hace rato que estos “emprendimi­entos” dejaron la escala de una feria de barrio que da trabajo y ofertas de precios, a las que se toleró y tolera como una consecuenc­ia del

mercado informal que creó el desempleo. La apuesta política que no se dice pero se piensa es que por puro crecimient­o no les quede más remedio que formalizar­se

algún día, del todo o al menos más. Lo que es visible es que ahí se vende más barato que otros lados. Lo que se ve menos es el costo oculto de esos precios, que permiten márgenes de ganancia igual o mayor a la de otros comercios formales.

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