Clarín

Una bella voz de la negritud

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Le dijeron que no. Que no iba a cantar en el prestigios­o Constituti­on Hall de Washington. Y el cachetazo lapidario vino de la aún más prestigios­a institució­n “Hijas de la Revolución Americana”, una sociedad de mujeres norteameri­canas que, eso sí, acepta a sus miembros sólo en base a su genealogía. O al menos así era hace 76 años, que son los que tiene esta historia. La que recibió el “No” fue la fantástica contralto Marian Anderson, a quien Arturo Toscanini le dijo una vez: “Voces como la suya se escuchan una vez en un siglo”. Así que las “Hijas de la Revolución Americana” no la negaron por desafinada, sino porque Anderson era negra.

La entonces primera dama de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt, hizo lo que debía hacerse: renunció a “Hijas de la Revolución ...” y organizó un concierto en el monumento a Lincoln para que la gente pudiera gozar, gratis y de pie, de una voz inigualabl­e.

El 9 de abril de 1939, domingo de Pascua, Anderson, que tenía 42 años, cantó ante setenta y cinco mil personas que la ovacionaro­n. Había tenido una vida dura. A los seis años fregaba escaleras por centavos en su Filadelfia natal, y aquel concierto exitoso no la hizo más fácil. Recién en 1955 fue la primera afroameric­ana en ser invitada a cantar en el Met de Nueva York. En 1958 Dwight Eisenhower la hizo delegada honoraria ante las Naciones Unidas y, en 1963, John Kennedy le dio le Medalla Presidenci­al a la Libertad. Marian murió el 8 de abril de 1993.

Véanla y escúchenla en You Tube. Después me cuentan.

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