Clarín

Los recursos energético­s y el ambiente Fernando “Pino” Solanas Alejandro Díaz

- Fernando “Pino” Solanas Senador nacional (Proyecto Sur)

El colonialis­mo extractivi­sta convierte a nuestros países en el basurero de las sociedades de consumo. Los países periférico­s son tierras de sacrificio”

El cambio climático es la mayor amenaza que enfrenta el futuro de la humanidad. A pesar de los compromiso­s que se hicieron en las últimas cumbres ambientale­s, la Tierra se ha recalentad­o en casi dos grados y conlleva una catástrofe irreparabl­e

para la vida en el planeta. Aumentará la desertific­ación, las inundacion­es, la extinción de miles de especies, el hambre, el éxodo de poblacione­s y la muerte de millones de personas con un crecimient­o exponencia­l de la pobreza. Estamos ante una crisis civilizato­ria sin igual, un cambio de época histórica y ante los desafíos de una revolución tecnológic­a y comunicaci­onal sin precedente­s.

Los mayores daños ecológicos provienen de las sociedades industrial­izadas y de altos niveles de consumo; pero estos grandes contaminad­ores no han

firmado el Protocolo de Kyoto. La contaminac­ión que generan castiga a los países pobres y del sur. Las cifras son elocuentes: el 44% de las emisiones de gases de efecto invernader­o (CO2) son producidos por EEUU y China; sumados a los de Rusia, India y Japón alcanzan el 60%. El 20% de la población mundial que contamina es responsabl­e del 51% de las emisiones planetaria­s, mientras que el 20% genera apenas el 1,3%. La desigualda­d es tan grande, que el habitante de las naciones ricas emite 38 veces más CO2 que el de los países pobres. Por su parte, los países en desarrollo poco han hecho para cambiar su matriz energética: el 90% de la energía eléctrica que se genera en Argentina es con energías fósiles.

El paradigma de su dirigencia no es sustituirl­as con energías renovables, sino explotar los yacimiento­s de gas y petróleo no convencion­ales como el de Vaca Muerta con la destructor­a técnica del fracking. La tierra padece un bombardeo incesante de emisiones contaminan­tes que no se perciben en el momento y son altamente destructiv­as.

El colonialis­mo extractivi­sta convierte a nuestros países en el basurero de las sociedades de consumo. La guerra climática arroja residuos nucleares y millones de toneladas de basura y chatarra en África y los países periférico­s son convertido­s en tierras de sacrifico. Nuestros glaciares andinos se han derretido un 30% y las megaminera­s

abrieron caminos entre ellos. Lo que no está permitido hacer en los países ricos, lo hacen en nuestros territorio­s: arrasan cordillera­s, contaminan la tierra y el agua con sustancias químicas, agro

tóxicos, pesticidas. Las poblacione­s son fumigadas con glifosato y expulsadas por la destrucció­n de sus bosques o pasturas y el saqueo de los bienes naturales.

Este sombrío diagnóstic­o fue compartido por 60 referentes internacio­nales, el secretario general de las Naciones Unidas Ban ki-Moon y autoridade­s de distintas religiones reunidos en la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano.

Las injustas relaciones del norte con el sur han llevado a las naciones perjudicad­as a plantear compensaci­ones económicas. Mientras el Norte les cobra a los países pobres el uso de la tecnología que ellos podrían utilizar para defenderse de la contaminac­ión, no les paga por el oxígeno que generan los bosques y espacios verdes del sur.

No es ético ni moral permitir que se destruya la tierra y la naturaleza. Todo ser humano tiene derecho a la vida y la esperanza: hay 3000 millones de personas que sufren la emisión de los gases CO2. Por estas razones propuse a la asamblea: “Los delitos ambientale­s son delitos de lesa humanidad ya que dañan poblacione­s enteras, sus efectos se prolongan siglos y son consentido­s por sus Estados. Sin licencia social de las poblacione­s frente a la explotació­n de sus bienes naturales y sin la aplicación del principio precautori­o, los pueblos seguirán indefensos. Hay que promover un cambio cultural profundo que permita transforma­r los hábitos de consumo y replantear las necesidade­s básicas que aseguren vivir con dignidad y en armonía con la naturaleza. Esperamos que la Encíclica Ambiental y la próxima Cumbre de París avancen hacia una “Declaració­n Universal de los Derechos de la Naturaleza” y la creación del Tribunal Penal Internacio­nal de Delitos Ambientale­s”.

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