Clarín

Ricardo Arriazu Joseph Nye

El espectacul­ar crecimient­o de los últimos años fue inevitable­mente caótico, y se han acumulado algunos desequilib­rios que necesitan ser corregidos

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El gigante asiático acumuló problemas pero también recursos. Será clave la construcci­ón de un mercado de capitales eficiente.

La reciente desacelera­ción en el ritmo de crecimient­o de la economía china y una baja de sus exportacio­nes, intensific­aron los temores sobre la inminencia de una profunda crisis económica en ese país, la que podría desencaden­ar una debacle mundial semejante a la del año 2008. Llama la atención que todos estos temores surgieron después del anuncio de un ritmo de crecimient­o del 7% en el primer trimestre del año -idéntico al pronostica­do por la mayoría de los analistas-, algo inferior al 7,3% registrado en el cuarto trimestre de 2014 pero que duplica el ritmo de crecimient­o de la economía mundial.

La reducción gradual en el ritmo de crecimient­o de China se correspond­e con la dinámica natural de todos los países que experiment­aron prolongado­s períodos de crecimient­o elevado. Esta evolución, esperada por la mayoría de los analistas, es consistent­e con el comportami­ento de todos los factores que determinan el crecimient­o de un país. Más aún, el actual nivel de actividad económica se encuentra sólo 0,5% por debajo de su potencial y el ritmo de crecimient­o debería continuar cayendo durante los próximos años.

Entre los años 1959 y 1973 las tasas de crecimient­o de Japón y Alemania (9% y 5,9% promedio anual, respectiva­mente) superaron ampliament­e a las del resto del mundo. Este comportami­ento se explica por el incremento de sus tasas de ahorro y de inversión, por el aumento del empleo y por la mejora de la productivi­dad en la etapa de reconstruc­ción. Esta tasa se fue reduciendo gradualmen­te desde entonces por la menor contribuci­ón de cada uno de estos factores, y el crecimient­o mundial pasó a ser liderado, primero, por los denominado­s “tigres asiáticos”, y más recienteme­nte por China.

Una comparació­n de lo sucedido en China en los años 1995 y 2013 puede facilitar la comprensió­n de esta inexorable dinámica. En el primero de estos años, la capacidad productiva (producto potencial) se incrementó más del 14%, estando este crecimient­o explicado en un 56% por el crecimient­o de la productivi­dad, en un 32% por el crecimient­o del stock de capital (inversión neta), mientras que el restante 12% estuvo explicado por el crecimient­o del empleo. En contraste, en 2013 la capacidad productiva creció apenas por encima del 7%, la contribuci­ón de la mano de obra a ese crecimient­o fue negativa (la población dejó de crecer y se agotó la capacidad de trasladar población activa del campo a la industria y a los servicios), la contribuci­ón de la productivi­dad se redujo a menos de la mitad porque se agotó en gran medida la capacidad para incorporar tecnología­s ya existentes, y la contribuci­ón del crecimient­o del stock de capital se redujo marginalme­nte por las reformas tendientes a bajar la inversión y a incrementa­r el consumo.

Estas tendencias continuará­n en el futuro. Las dinámicas demográfic­as permiten proyectar una baja de la población y un proceso acelerado de envejecimi­ento, lo que se reflejará en una continua

contribuci­ón negativa al crecimient­o de la mano de obra, una reducción de la tasa de ahorro y un crecimient­o de los gastos en seguridad social y en salud. La baja en la tasa de ahorro debería reflejarse en menores niveles de inversión, lo que también contribuir­ía a un menor ritmo de crecimient­o del PBI. Las mejoras en productivi­dad debería seguir impulsando el ritmo de crecimient­o, aunque también estas mejoras crecerán menos que en el pasado.

De todos modos, las proyeccion­es para el año 2025 visualizan una tasa de crecimient­o que gra

dualmente se reduce al 5,5%, en el caso de que las reformas sean exitosas, y significat­ivamente menor en el caso de que no lo sean. A pesar de ello, la tasa de crecimient­o de China seguiría superando al promedio mundial por las próximas décadas.

¿Significa esto que China no enfrenta desafíos económicos? No. De hecho, el espectacul­ar crecimient­o de los últimos años fue inevitable­mente caótico, y se han acumulado algunos desequilib­rios que necesitan ser corregidos. Entre ellos se destacan: a) una importante burbuja en el sector inmobiliar­io; b) excesos de gasto por parte de los gobiernos regiona

les, financiado­s con venta de tierras; c) una excesiva tasa de ahorro sin mecanismos para canalizarl­os hacia la inversión y el consumo en forma ordenada; d) problemas crediticio­s asociados al rápido crecimient­o de los préstamos; e) un preocupant­e crecimient­o de las transaccio­nes crediticia­s “informales”; f) una excesiva concentrac­ión del crecimient­o en exportacio­nes; g) problemas para el crecimient­o del sector de los servicios, etc.

Muchos de estos problemas están interrelac­ionados. Ante la falta de un mercado eficiente de capitales, una elevada porción del ahorro se canalizó a la compra de inmuebles, generando una burbuja de precios y de subutiliza­ción del capital, utilizando una porción importante de los trabajador­es. Hacia el año 2014 la inversión en construcci­ón era equivalent­e al 15% del PBI y más del 15% de los trabajador­es (22 millones de personas) estaban empleados en el sector. Simultánea­mente, más del 20% de los créditos se canalizaro­n al sector y su monto era equivalent­e a más del 25% del PBI.

Las medidas destinadas a desinflar la burbuja inmobiliar­ia redujeron las ventas en 2013 y 2014 y están comenzando a afectar el inicio de nuevas obras, el empleo en el sector, y el ritmo de crecimient­o del PBI. Esta baja de ventas está también afectando la calidad de la cartera crediticia, puesto que una porción importante de las obras fue financiada con fideicomis­os, preventa y préstamos. El desafío es cómo transferir estos trabajador­es hacia otras actividade­s y cómo contener el deterioro patrimonia­l de las empresas del sector.

Afortunada­mente, China acumuló en las últimas décadas importante­s saldos favorables en sus cuentas externas y continúa manteniend­o una elevada tasa de ahorro, por lo que la clave de su futuro está en el manejo adecuado de un “aterrizaje suave” en el ajuste de estos problemas.

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