por Osvaldo Pepe
A través de los medios y redes sociales compruebo la absoluta sorpresa y unánime rechazo a la deplorable actitud del descerebrado que roció con gas pimienta, o lo que fuere, a los jugadores de River, rechazo que comparto en su plenitud, aunque no comparta la sorpresa. Esta es apenas una prueba más del tobogán en que nos estamos deslizando hacia la barbarie, ya estamos cerca. La civilización ha quedado atrás. Y no me sorprende.
Ver a los jugadores de Boca aplaudir a la hinchada y abandonar a sus adversarios en el campo de juego tampoco me sorprende. Que el criminal haya ingresado con el aerosol sin que los controles lo hayan detectado, tampoco me sorprende. Menos aún, que miles de hinchas hayan ingresado alegremente portando bengalas. Y la lista sigue. Escuchar al secretario de Seguridad decir que la Policía sólo controla fuera del estadio me resulta patético, pero tampoco me sorprende. El es así, no da para más. El responsable es quien lo nombró. Pero eso tampoco me sorprende.
Esto es apenas la consecuencia, si se quiere lógica, de lo que nos pasa como sociedad. Me viene a la memoria un conocido administrador de lenocinios, creador de la teoría de que los criminales son inocentes y los culpables somos los ciudadanos honestos porque no les damos oportunidad de desarrollar sus capacidades.
Tampoco olvidé a responsables de nuestra “cultura” instruyendo a niños para escupir y orinar en la vía pública sobre afiches con los rostros de personas que se atrevieron a criticar al Gobierno.
Sin embargo, hay algo que puede llegar a sorprenderme. Y es el hecho de que algún día nuestra Patria recupere el sitial de honor que ocupaba dentro de las naciones democráticas y republicanas, con su cultura y educación de primer nivel, su libertad de opinión, su libre economía, sus fuentes de trabajo a pleno, su salud pública modelo para el mundo y tanto más. Si volviéramos a ese estado de cosas mi sorpresa y felicidad serían mayúsculas. Ojalá pueda llegar a verlo.