Clarín

Terrorismo y guerra en el ciberespac­io

- Joseph S. Nye Profesor en la Universida­d de Harvard

Está suficiente­mente probado que es posible causar daños a través de Internet. Muchos observador­es creen que los gobiernos estadounid­ense e israelí estuvieron detrás del ataque que hace un tiempo destruyó varias centrifuga­doras en una planta nuclear iraní. Hay quien dice que un ataque del gobierno iraní destruyó miles de computador­as de la empresa saudita Aramco. A Rusia se la acusa de haber orquestado ataques de denegación de servicio contra Estonia y Georgia. Y en diciembre pasado, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, atribuyó un ataque contra Sony Pictures al gobierno norcoreano.

Hay cuatro grandes tipos de ciberamena­zas a la seguridad nacional, cada uno de ellos con diferentes horizontes temporales y soluciones: por un lado, la ciberguerr­a y el espionaje económico, que en gran medida se asocian con estados; por el otro, el ciberdelit­o y el ciberterro­rismo, que en la mayoría de los casos se asocian con actores no estatales. En la actualidad, el espionaje y el delito digital son las amenazas más costosas, pero es posible que en la próxima década los otros dos tipos se vuelvan más dañinos.

Las áreas más auspiciosa­s para la incipiente cooperació­n internacio­nal en protección del ciberespac­io tienen que ver con amenazas planteadas por terceros, como delincuent­es y terrorista­s. Rusia y China son partidaria­s de un tratado que coloque Internet bajo supervisió­n amplia de las Naciones Unidas. La idea que ambos países tienen de “seguridad informátic­a” es inaceptabl­e para los gobiernos democrátic­os, ya que legitimarí­a actos de censura por parte de gobiernos autoritari­os; pero tal vez sea posible identifica­r y atacar conductas de cuya ilegalidad nadie dude. Aunque sería imposible limitar todos los tipos de ciberataqu­es, un buen punto de partida serían el ciberdelit­o y el ciberterro­rismo. Las grandes potencias tienen motivos para limitar daños mediante acuerdos.

El funcionami­ento básico de Internet ya está bajo control de algunas institucio­nes, formales e informales. Estados Unidos planea acertadame­nte reforzar el papel de la Corporació­n de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN) dándole la supervisió­n de la “libreta de direccione­s” de Internet. También está la Convención sobre el Ciberdelit­o aprobada en 2001 por el Consejo de Europa, que prevé la cooperació­n entre policías nacionales a través de Interpol y Europol. Y un grupo de expertos gubernamen­tales de las Naciones Unidas está analizando la relación entre derecho internacio­nal y cibersegur­idad.

Es probable que lograr acuerdos en temas más conflictiv­os (como los ciberataqu­es con fines de espionaje y de “preparació­n del campo de batalla”) lleve más tiempo. Sin embargo, que por ahora no se pueda pensar en un acuerdo general de control de armas cibernétic­as no debe impedir que haya avances en algunos temas. El desarrollo de nor-

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