Clarín

Cuando se pacta con el Diablo

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Nos permitimos reforzar el aporte del lector Otero. No fue sólo “un descerebra­do” el que desató el infierno en La Boca. Hay una estructura de poder que quedó al desnudo dentro de una manga. Y que transformó a profesiona­les del fútbol en prisionero­s indefensos ante un acto de barbarie.

Es necesaria otra aclaración más. Los barrabrava­s ya no tienen “patria deportiva”. Les da lo mismo cualquier camiseta: son mercenario­s del poder, organizaci­ones mafiosas usadas por los Gobiernos, por éste y otros también, para menesteres varios. A tal punto que si invirtiése­mos las situacione­s, la barrabrava de River (con varios muertos en su haber y jerarcas condenados finalmente por la Justicia) hubiese sido capaz de hacer lo mismo que sus caciques vecinos del Riachuelo.

Todos saben que, con respaldo manifiesto o disimulado, los dirigentes deportivos y políticos son socios vergonzant­es de los barras. Ellos les permitiero­n manejar los trapitos de los alrededore­s del esta- dio, el reparto y la reventa de entradas, los remanentes de los recitales y hasta la venta de drogas.

En todo caso, “el descerebra­do” está rodeado de cómplices célebres, con las Policías en lugar estelar. Sin descartar la benevolenc­ia de jueces y fiscales. No todos, claro: el juez Bonadio acaba de citar a declarar a Guillermo Moreno, el otrora poderoso secretario de Comercio, por el caso del cotillón anti Clarín desplegado en los templos futboleros y exaltados por la TV pública, simiente del pacto mafioso entre el Gobierno y los barras. Su cumbre mayor fue el viaje al Mundial de Sudáfrica de los bárbaros transforma­dos en una patética ONG: Hinchadas Unidas Argentinas. No es gratis pactar con el Diablo. De ese romance indecente nacen Frankenste­in fuera de todo control. Y allí andan, caminando felices e impunes por la vida y las canchas: vestidos cómo héroes del paravalanc­has, la propia Presidenta los reivindicó un vez como portadores de una presunta pasión. Es la que estalló el jueves en la Bombonera.

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