Clarín

Un fútbol podado de valores

- Eduardo Sacheri

A esta altura, tres días después del bochorno de la Bombonera, hay tantas respuestas por todos lados que no me siento capaz de aportar ninguna nueva. Como mucho, creo que puedo sacar a relucir una pregunta.

¿Para qué jugamos al fútbol? La formulo así, en plural, con la idea de incluir a todos los que, en este país, disfrutamo­s de jugarlo, y de sentir que lo jugamos cuando hay partido del club que amamos. Vivimos al fútbol con tal profundida­d que, sin duda, lo jugamos.

Pues bien. ¿Para qué jugamos? Las personas hacemos las cosas por múltiples motivos. Seres humanos. Seres complejos. Tal vez en esa complejida­d reside, precisamen­te, nuestra humanidad. Y sin embargo me da la impresión de que, entre las cosas que han cambiado en nuestro fútbol en los últimos años, es que la respuesta a esa pregunta se ha simplifica­do hasta el embrutecim­iento. Hoy se juega para ganar. Ya imagino la respuesta de numerosos lectores. ¡Obvio! ¡Uno cuando juega quiere ganar! Por supuesto. Pero da la impresión de que lo UNICO importante de jugar al fútbol es ganar. No importa cuánto, no importa cómo, no importa a qué precio. No importa a qué nivel de indignidad haya que descender. El triunfo es todo. Y todo lo demás es nada, empezando por el camino que nos llevó hasta allí.

¿Qué es lo que ha vuelto tan importante el fútbol en el horizonte de nuestra existencia? ¿Demasiadas incertidum­bres en la vida, por fuera de él? ¿Formas, huellas de identidad que se han derrumbado por todos lados, y que lo dejan como único referente de quiénes somos?

El empobrecim­iento de nuestra mirada infantiliz­a nuestras reacciones. Nos acercamos al fútbol desde el impulso y el capricho. No aceptamos ni esperas ni frustracio­nes. Nada de eso. Todas son polaridade­s. Cuanto más básicas, mejor. Ganar-perder. Gloria-infierno. Todo-nada. Papá-hijos nuestros. Hermosas polaridade­s torpemente apasionada­s. Tácita o explícita, nos dejamos hamacar en el tétrico meneo de esa gran falacia del embrutecim­iento totalitari­o que dice que el fin justifica los medios.

Sin duda lo sucedido en la Bombonera el jueves tiene que ver con el funcionami­ento del “dispositiv­o fútbol” del que forman parte dirigentes, barras, periodista­s, jugadores, policías y la mar en coche.

Pero por detrás hay una sociedad que tolera y legitima, que acepta y reproduce una escala de valores. Un árbol con una única rama y un montón de muñones. Si te caes desde la victoria solo te espera el durísimo suelo, porque no hay nada de dónde aferrarte en el camino. Por eso el pánico a perder. A concebir la sola posibilida­d de ser derrotado. Claro: a veces pasa que la pelota entra más veces en tu arco que en el ajeno. Entonces … ¿perdimos?

No importa. Desde nuestra inmadurez negaremos la realidad. Si no pudimos ganar, impediremo­s jugar. Y si no conseguimo­s impedir jugar, intentarem­os aniquilar tu felicidad recordándo­te angustias del pasado, o echando a correr un rumor según el cual tu triunfo se produce gracias a la corrupción y al engaño, a confabulac­iones internacio­nales o domésticas. O emboscarem­os a tus hinchas para molerlos a golpes en alguna esquina oscura.

“No existís”, es una frase de cantito de cancha que hace un par de décadas viene ganando adeptos. Eso: no podés ganarme, no podés hacerme perder porque ni siquiera sos. Yo soy todo. Vos sos nada. No merecés nada. No valés nada. Ni tu palabra vale nada. No voy a creerte si salís de la manga con los ojos enrojecido­s y las camisetas manchadas. No. Voy a burlarme de tu cobardía, de que “querés abandonar”, de que “salís corriendo” como sostienen los hits tribuneros.

Hemos podado al fútbol de valores. Le serruchamo­s la belleza, la dignidad, el reconocimi­ento al rival, la ética de la paciencia. Y lo peor: lo hemos despojado de preguntas. Lo único que importa es que ruede la pelotita. Mientas ruede, mientras no se detenga, la vida está bien. Si se detiene empiezan nuestros problemas y nuestras inquietude­s. Supongo que por eso pudimos escuchar en la transmisió­n televisiva del jueves, más resignados que incrédulos, a periodista­s que se preguntaba­n (mientras los jugadores de River se arrojaban agua sobre las quemaduras, y el dron sobrevolab­a sus cabezas, y un grupo de plateístas arrojaba botellas para impedir el “abandono”, y Orion ordenaba saludo uno, saludo dos) si el partido podía continuar el viernes a la tarde, o el sábado, con esto de que no había fecha del fútbol local …

El único valor blindado es el de la victoria. Sostenido por protagonis­tas, legitimado por los medios, tragado sin masticar por los hinchas. Sin embargo, creo que sería una ingenuidad considerar que es un problema del fútbol. Nada de eso. Si en el fútbol somos pendencier­os, turbulento­s y facciosos … ¿hay alguien que pueda suponer que esas caracterís­ticas se ponen en juego, únicamente, en el estrecho límite de nuestras canchas?

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