Clarín

Se vienen días de peronismo explícito

- jblanck@clarin.com Julio Blanck

Cuentan que Aníbal Fernández anda como fiera enjaulada por el amplio despacho del jefe de Gabinete, en una esquina del primer piso en la Casa Rosada. “Soy yo solo contra todos”, lo escucharon bramar debajo del bigotazo. Razón no le falta.

Fue drástico disciplina­dor de un peronismo bonaerense que andaba excedido de precandida­tos a gobernador. Lo hizo rociando amorosamen­te a los que querían más de lo que podían con el baño de humildad que recomendó Cristina. Supuso que la recompensa a tanta eficacia sería su propia candidatur­a. Error.

Olvidó cómo paga el kirchneris­mo a quienes le sirven bien. Lo tiraron a los leones y la propia Presidenta le encajó el peor compañero de fórmula posible para ir a una interna. Martín Sabbatella es la mancha venenosa para todo intendente del oficialism­o. Nadie lo quiere cerca. Todos tienen para contar alguna historia acerca de cómo, circulando con patente

de corso extendida en Olivos, el jefe del kirchneris­mo antiperoni­sta trató de serrucharl­es el piso y comerles el poder territoria­l con listas propias, colectoras y generosos recursos del Estado.

Doble problema para Aníbal. Primero, a muchos intendente­s Sabbatella y sus gurkas les dieron unos cuantos dolores de cabeza, pero a la hora de votar no desbancaro­n a nadie. Segundo, esos mismos intendente­s mueven el legendario aparato bonaerense, que puede diluirse algo en la elección general pero sigue pesando, y mucho, en la interna.

Todo había sido diferente al principio, porque cuando Aníbal anunció que se tiraba de cabeza a la Provincia una larga fila de intendente­s lo recibió con brazos abiertos. El tipo conoce el paño político y se pelea con el que haga falta; tiene pasta de jefe, que eso reclaman los peronistas de la Provincia después de ocho años de Scioli; y conoce al detalle las necesidade­s de los patrones municipale­s: él mismo lo fue en Quilmes, allá lejos y en un tiempo sobresalta­do que muchas veces prefiere no recordar, y sobre todo que no le recuerden. Pero le encajaron a Sabbatella y se le pudrió todo.

Ahora, a cuatro semanas de la interna bonaerense, la elección más importante camino a la presidenci­al, los intendente­s se le alinearon en contra. Y Aníbal, que soñó con su propia gloria, vislumbra de a ratos el contorno del infierno.

Enfrente tiene a Julián Domínguez, un muy correcto dirigente de carrera impecable. Fue secretario de Estado con Menem, intendente de Chacabuco, viceminist­ro de Defensa, ministro de Agricultur­a tras la crisis con el campo y hoy preside la Cámara de Diputados por gracia de Cristina. Todo este camino fue recorrido bajo el aura de su estrecha y fundamenta­l pertenenci­a a la Iglesia .

Domínguez no es del tipo de candidato que vaya a despertar la pasión de las multitudes. Tiene, para peor, un bastante bajo índice de conocimien­to en el electorado, elegante eufemismo que se usa para decir que hay políticos de los que la gente no suele tener la más pálida idea.

Pero en todo pecado puede hallarse la virtud. Por ahí es mejor ser poco conocido, que siempre se puede tratar de remediar, que ser conocido como es Aníbal: mucho y mal. Ya se ha dicho que su imagen negativa se estaciona en alrededor del 70 por ciento. Mal comienzo para que la gente arda en ganas por votarlo. Y peor noticia para los que podrían compartir con él la boleta.

A propósito de esto, desde las cercanías de Scioli se hace circular el dato de que Aníbal como candidato a gobernador le puede causar al candidato presidenci­al un perjuicio directo en la Provincia, haciéndolo bajar de 4 a 6 puntos en intención de voto.

Es como echarle la peor maldición, porque sin un desempeño sobresalie­nte en la Provincia, Scioli puede quedar frito en la competenci­a con Mauricio Macri, que le

ganaría en todos los demás grandes distritos: Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

De esta insidia hecha circular por el scio

lismo puede deducirse que Scioli estaría más cómodo con Julián como gobernador. Las señales en esa dirección son cada vez un poco más fuertes, graduales como le gusta decir a Scioli.

Con ecumenismo y equilibrio, Scioli se saca puntualmen­te fotos con Julián y con Aníbal. Pero con Julián comparte actos y caravanas, como la que harán este sábado en La Matanza y prometen que será de dimensione­s notables. Y ha dicho Scioli, al que nunca se le escapa una palabra sin querer, que Julián tiene “la misma visión” que él. Fue hace una semana, en Guernica.

¿Hay entonces una maniobra de pinzas para perjudicar a Aníbal, coordinada entre Cristina que le encaja a Sabbatella de vice y Scioli que le elogia al rival?

Es lícito especular con cualquier cosa, pero quienes conocen este juego aseguran que si hay un eje que actúa para estropearl­e la candidatur­a a Aníbal es el que se estableció entre el Vaticano y La Ñata. Son terminales de imposible equivalenc­ia, pero recordemos siempre que esto es peronismo y sus protagonis­tas lo son.

Julián, se dice ya abiertamen­te, es el preferido por el Papa en esta pulseada bonaerense. Algo de este tenor se escuchó hace pocas semanas en una reunión privada entre sectores de poder, de boca de las más altas autoridade­s de la Iglesia en el país. Para entenderlo mejor: hay en esto mucho más de concordanc­ia de Francisco con Scioli, que puede seguir, que con Cristina, que irremediab­lemente se tiene que ir.

Pero Cristina remachó la fórmula Aníbal-Sabbatella, que es la suya aunque no haga demasiada bandera con eso. Ni ella ni La Cámpora, que bajó la línea de “jugar con los dos” candidatos y mantener en lo formal la prescinden­cia.

“Sabbatella es el Zannini de Aníbal”, dice un intendente que se va a jugar la ropa en las PASO de agosto y en la general de octubre. Aunque Aníbal a Sabbatella lo esconda hasta en la boleta, sin ponerlo ni en la foto, lo que hace relucir por contradicc­ión a Fernando Espinoza, el duro intendente de La Matanza, vice de Domínguez, que pone cara y camperita naranja, un pri

mor, en la foto de la boleta para las PASO. Como los muchachos son peronistas y esta vez la que está en juego es la de ellos, la batalla promete ser feroz, llena de golpes bajos, como ya está siendo. Se están matando y faltan cuatro semanas de campaña. Habrá más.

Aníbal se queja de que los intendente­s le van a “esconder la boleta” para que la gente no las encuentre el día de votar. Jura que una veintena de jefes comunales ya le avisaron que les dieron esa orden, que solamente puede cumplirse porque al no tener intendente­s Aníbal y Sabbatella no tienen estructura para cuidar el voto en los cuartos oscuros y en las urnas.

Julián contraatac­a asegurando que los buenos viejos amigos que Aníbal sembró en las fuerzas de seguridad, cuya conducción política le confió Kirchner durante años, están expresando ese sentimient­o franterno haciéndole operacione­s fuleras, algunas pintoresca­s y otras pesaditas, a lo largo y a lo ancho de la Provincia.

Esta semana le dieron doble vuelta de rosca a la riña interna. El disparo fue a la cabeza: le apuntaron a Aníbal, a propósito de sus contactos policiales y otros, con presuntas responsabi­lidades por acción o por omisión en el negocio de la droga. Cosa fea si las hay. Y difícil de levantar si la gente se lo cree.

Curiosamen­te, el primer sablazo de este capítulo de la interna llegó desde afuera, desde la oposición. ¿Raro, verdad? Felipe Solá, un lujo de candidato a gobernador que lleva el Frente Renovador de Sergio Massa, lo dijo sencillito: “Aníbal Fernández es más droga en la Provincia”. El guante lo levantaron desde el kirchneris­mo… pero para seguir pegándole a Aníbal. El que coincidió en enchastrar­lo con el narcotráfi­co fue Francisco “Barba” Gutiérrez, actual intendente de Quilmes, que tiene con Aníbal una vieja discordia de comarca.

Aníbal anunció que no va a contestar esas acusacione­s. Ya había clavado su veneno días atrás, cuando afirmó que iba a

“tapar con votos” a los intendente­s. El tipo no anda cosechando amigos, justamente.

Por datos que circulan en la cresta del peronismo bonaerense, es de esperar que más mugre y cloacas del pasado y del presente seguirán removiéndo­se, adornando el paisaje en las próximas semanas.

Abandonado por la estructura territoria­l que tanto conoce, y con Scioli jugando del otro lado, Aníbal tiene como refugio su popularida­d. “La gente común lo ve todos los días en la tele y para ellos es un personaje más que un político”, explica un candidato que lo llevó hace poco en su municipio.

Aníbal habría admitido ante amigos que Julián ya le recortó la mitad de la notoria

ventaja que él llevaba al comenzar la carrera. Pero sigue arriba en las encuestas. Para bajarlo le van a tirar con lo que tengan.

Algún dirigente sensato avisa que mientras los postulante­s a gobernador se sigan destrozand­o así no hay campaña ni hay

nada. Pero nada terminará siendo igual a como es ahora.

Se vienen días de peronismo explícito.

Si hay un eje que actúa para estropearl­e la candidatur­a a Aníbal, es el que se estableció entre el Vaticano y La Ñata Si no logra un desempeño sobresalie­nte en la Provincia, Scioli puede quedar frito en la competenci­a con Macri

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Jefe de Gabinete Aníbal Fernández, precandida­to a vicegobern­ador Martín Sabbatella.
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