Clarín

Recuerdos de Facundo Cabral, aquel poeta entre dos mundos

- Alina Diaconú Escritora. Su último libro es “Aleteos”

Apoyado en su bastón, salió del hotel y subió a la Range Rover color blanco que lo estaba esperando. El conductor lo ayudó y el productor que lo acompañaba se sentó detrás. Eran las cinco y diez de la mañana.

Tomaron el bulevar Liberación. Llegarían en un rato más al aeropuerto La Aurora, donde abordarían el avión rumbo a Nicaragua. Era un 9 de julio. En la Argentina, día patrio – debió de pensar él-. Pero no tuvo demasiado tiempo para proseguir los vericuetos de su mente, cuando un ruido atronador explotó en su cabeza. Cuentan que eran tres los vehículos desde donde los sicarios, armados con escopetas, hicieron fuego. Dicen que hubo veinticinc­o disparos, tres de los cuales dieron en el blanco. En un blanco equivocado, porque, supuestame­nte, la muerte iba dirigida al conductor del auto, quien sólo quedó herido. El otro viajero, el productor Percy Llanos, que estaba en el asiento trasero, también se salvó.

Esta escena, digna de un relato policial, sucedió hace cuatro años, el 9 de julio de 2011. El hombre asesinado no era otro que Facundo Cabral. Nuestro cantautor, nuestro juglar, nuestro poeta.

El conductor del auto era el empresario nicaragüen­se Henry Fariñas, promotor de espectácul­os, que había contratado a Cabral. Fariñas fue condenado a 30 años de cárcel, acusado de tráfico de drogas, lavado de dinero y crimen organizado. El autor intelectua­l del crimen era un joven costarrice­nse, Alejandro Jiménez, alias “El Palidejo”, que quería la muerte de Fariñas. Una vendetta, porque éste último -dicen- no le había vendido una discothèqu­e que poseía en Managua. Hoy“El Palidejo” también está preso.

Crimen y castigo. Pero … ¿cómo aceptar que Facundo Cabral, sabio mensajero de paz, terminara en las sucias manos de mafiosos y asesinos? Cayó, bajo una ráfaga de fuego y plomo, en la frontera que separaba dos mundos, el de su filosofía de vida y el de la miserabili­dad humana, en su peor expresión.

Escribió en su último libro: “No llores a nadie porque nadie deja de existir, aunque tú no lo veas. La muerte no es nada porque el alma es inmortal, inalcanzab­le para las armas de los hombres y para las enfermedad­es, que sólo afectan tu cuerpo, que te fue dado para que camines esta etapa terrena de la vida, no más”.

¿Cómo aceptar que ese sabio mensajero de paz terminara en las sucias manos de mafiosos y asesinos?

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