Clarín

La trajo el amor por lo rioplatens­e

Vivió en México y extrañó tanto que se vino hace 6 años. Siente el vértigo pero encuentra espacios de tranquilid­ad para matear.

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Ser uruguaya es una buena carta de presentaci­ón. Hay una especie de cariño en el porteño cuando uno dice “soy de Uruguay”. Tienen la idea de la tranquilid­ad y la seriedad uruguaya. Sí somos más tranquilos. Por eso, elegí vivir cerca del Parque Centenario, en un barrio que tiene calles muy parecidas a otro de Montevideo, donde podés hacerte un mate, salir a caminar o sentarte en una plaza.

Cuando decidí irme de mi país con mi compañero, las opciones eran México o Buenos Aires. Al comienzo optamos por México y allí, por extrañar un poco menos, nos fuimos acercando a varios argentinos: teníamos gustos y costumbres parecidos. Ahí te das cuenta de lo que es ser rioplatens­e. Eso, sumado a que en una gira nos cruzamos con elencos de Claudio Tolcachir y Daniel Veronese que me gustaron muchísimo, hizo que decidiera nuevamente hacer las valijas y ya hace seis años que estoy en Buenos Aires, con mi marido y, hace uno, con nuestro hijo, y mi madre que se vino de Montevideo.

Acá viví dos mundiales de fútbol y la Copa América. Como hincha de la gloriosa celeste, con otros uruguayos nos juntamos en alguna casa y gritamos como locos y siempre hubo buena onda de parte del porteño. Incluso en la Copa América fui a festejar al Obelisco. Eso sí: cuando jugaron Uruguay y Argentina nos quedamos tranquilos, la alegría iba por dentro.

Al llegar a la Ciudad, viví en Once: una locura, pero me permitía llegar más rápido a los lugares con todas las opciones de transporte que se te ocurran. Igual, no logro acostumbra­rme al subte.

Vine con un proyecto teatral, un espectácul­o con poemas de Idea Vilariño, otra uruguaya. Me ha pasado bastante poder hacer teatro contando historias de uruguayos, también con Trinidad Guevara, cuando pude interpreta­r a otra actriz uruguaya que en el 1800 hizo lo mismo que yo, es decir, cruzar el charco y seguir una carrera en la gran Ciudad que no descansa. Con este unipersona­l tuve la posibilida­d de ser vista por actores y actrices que yo veía desde Montevideo, que admiraba. Increíblem­ente para mí fueron mis espectador­es, un regalo de esta profesión que otras tantas veces te desanima y te hace tener ganas de volver a la tranquilid­ad. Pensás: “¿Qué hago en esta Ciudad, donde parece que el día no te da un respiro? Mejor vuelvo a la rambla y la miro de enfrente”. Pero como dice la canción “las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?” Cualquier lugar que elijas para comer, sabés que va a estar de muy bueno para arriba. Los cafés sea en el centro o en un barrio tienen un toque, un buen gusto que te invita a quedarte.

Al nivel de mi profesión, es tanto lo que hay para ver que siempre algo te perdés. Existe mucho talento y trabajo de grupos independie­ntes para crear espacios alternativ­os, teatro a pulmón.

Ahora estoy trabajando con “La piel de la manzana”, los jueves a las 21, por lo que llego al teatro más o menos a las 19, durante el horario pico. Y la sala, el Estepario, está en Medrano, a una cuadra de Corrientes. Pero cuando entrás, te olvidás de la locura, del ruido, y te encontrás con fotos, cuadros, con amor por el lugar. Eso me encanta de las salas teatrales de acá.

Me llamó la atención que se haga fila para el colectivo. En Uruguay no pasa y eso que los ómnibus, como les decimos allá, pasan con menor frecuencia. Todavía hay términos que no logro incorporar: facturas por bizcochos, pava por caldera, zapatillas por championes. Mis amigos se ríen y me dicen: “Ahí habló la uruguaya, ta”.

Desde que llegué a Buenos Aires, me enamoré de la Avenida de Mayo, tenemos una conexión inexplicab­le.

Y cada vez que alguien viene de visita lo llevo a La Boca, a comer en una parrilla. Seguimos por San Telmo, con sus locales de antigüedad­es. Debo tener un poco de “nostalgia de la uruguayez”.

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GERARDO DELL’ ORO Feliz. Avanza en su carrera de actriz y acá nació su primer hijo, de un año.

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