Barenboim y Argerich, arte a dos pianos
Daniel Barenboim y Martha Argerich cautivaron al público del Colón en un gran concierto a dos pianos.
Dieron un magistral concierto en un Colón colmado. Los ovacionaron de pie.
Martha Argerich y Daniel Barenboim ofrecieron ayer por la tarde en el Colón uno de los conciertos más esperados del Festival: un programa entero a dos pianos. Uno de los instrumentos era el famoso piano “Barenboim”, fabricado especialmente para el músico sobre el antiguo modelo del encordado a lo largo que se dejó de usar hacia 1875 (tocado por Barenboim suena muy bien, sin duda, pero conviene aclarar las posibles diferencias no se le revelan al oyente de inmediato, al menos no en este programa a dos pianos). En esta nueva presentación se modificó con buen tino la disposición paralela de los pianos empleada en el recital del año pasado (acústicamente problemática, ya que de ese modo un piano necesariamente tapa al otro) por el encastre habitual de pianos cola contra cola. El concierto comenzó con los Seis estudios canónicos op. 56 de Robert Schumann, originalmente escritos para un instrumento ya en desuso, el piano con pedalera, y arreglados para dos pianos por Claude Debussy. Difícil imaginar una mejor apertura de programa. La pieza se oye como una conversación íntima. Una conversación en más de un sentido, primero entre Schumann y Bach, no sólo por los procedimientos sino por el sonido mismo, por ciertas figuras armónico-melódicas y, sobre todo, ciertos giros ornamentales que Argerich y Barenboim transmitieron con los colores más perfectos. Pero también es la conversación reservada entre dos pianistas, que se desarrolla más sobre el principio de la complementariedad que del con- traste, como líneas que se buscan mutuamente. La ejecución tuvo el aire de algo que se va descubriendo e hilvanando en tiempo real, lo que la volvió doblemente cautivante. La extraordinaria conexión entre ambos músicos no impidió que Argerich de pronto siguiera su impulso y atacase uno de los estudios cuando Barenboim todavía no tenía las manos sobre el teclado. El la miró algo extrañado y la siguió como si nada hubiera pasado. Da la impresión de que nada puede sorprenderlo. El programa continuó con En blan- co y negro, una composición original de Debussy para dos pianos, pieza maestra de 1915 que alterna alto virtuosismo con sentimientos elegíacos por la Gran Guerra. Argerich y Barenboim ofrecieron una interpretación magistral. En el primer número, Avec emportement (con arrebato), Barenboim dio el plus de un sonido vigorosamente orquestal. A la manera de una progresión de la reserva expresiva a una situación instrumental más explosiva, el programa coronó con la Sonata para dos pianos y percusión de Bela Bartok. Aquí cambiaron la disposición de los pianos, de espaldas al público, formando una V, con la percusión detrás, lo que de alguna manera parecía una proyección de la forma orquestal de Sur Incises, la pieza de Boulez que Barenboim había dirigido viernes y sábado. Su impresionante ejecución contó con dos formidables percusionistas de la Orquesta de Divan. Argerich y Barenboim retribuyeron las ovaciones con una levísima interpretación de la Danza del Hada del azúcar, del Cascanueces de Chaikovski. π