Clarín

Corrupción e impunidad degradan la democracia

- Marta Velarde Ex Diputada Nacional

En las décadas de 1940 y 50, los dirigentes implicados en actos de corrupción eran obligados a renunciar y quedaban marginados. Hoy se les ofrecen cargos para su impunidad.

En 1940, en el gobierno encabezado por Roberto Ortiz se denunciaba que seis diputados nacionales, del oficialism­o y la oposición, estaban vinculados a una maniobra de compra de terrenos para venderlas al Estado a mayor precio.

Ese escándalo fue conocido como el de las “Tierras del Palomar”, pues se trataba de una fracción para emplazar una base aérea.

En pocas horas, las autoridade­s de los partidos a los que pertenecía­n esos legislador­es los expulsaban de sus filas. Similar actitud tuvo la Cámara de Diputados de la Nación.

Nadie sugirió ataques ni conspiraci­ones mediáticas, ni que se esperara a la justicia especuland­o sobre la presunción de inocencia.

Trece años después trascendía que la carestía de carne se debía a maniobras en las que participab­a el secretario privado del general Juan Domingo Perón, su cuñado Juan Duarte. El entonces presidente ordenó una investigac­ión con instruccio­nes precisas que no se protegería a nadie. Comprobada la complicida­d de Duarte fue obligado a renunciar. Como uno de los diputados del escándalo del cuarenta, el acusado se quitó la vida.

Hoy gran parte de los denunciado­s por corrupción son propuestos como candidatos al Congreso por el oficialism­o que gobierna desde la Casa Rosada en busca de fueros.

El Congreso Nacional no sólo se ha convertido en escribanía del Poder Ejecutivo sino también en aguantader­o de los corruptos, en este derrotero a la decadencia institucio­nal.

La corrupción se combate con publicidad de los actos de gobierno y las cuentas públicas, y con la certeza que no habrá impunidad para nadie.

La obra de la corrupción y la impuni- dad avanza con la designació­n de jueces adictos que no cumplen con los requisitos exigidos por el orden legal, de abogados sin antecedent­es para consentir la pretendida autoamnist­ía, y la de sus testaferro­s y cómplices en el saqueo,

La culminació­n de este proceso de deterioro es el sistema de espionaje interno que, violando la ley, acaba de imponerse por decreto.

En ninguna sociedad previsible se hace inteligenc­ia para evitar “golpes de mercado”.

Estos temas, debe entender la ciudadanía, no son sólo problemas de las dirigencia­s políticas o judiciales, ya que están en juego las garantías constituci­onales de todo el pueblo y el riesgo de incrementa­r la degradació­n evidente y advertida por la Iglesia de nuestra democracia.

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