Clarín

Milonguita, entre leyenda y realidad

El tango está inspirado en una chica de barrio a la que muchos le pusieron nombre y apellido, atraída por la vida nocturna.

- Eduardo Parise eparise@clarin.com

En el mundo del tango, el folclore de la Ciudad, la historia tiene toda la esencia que se necesita para ser leyenda. Es “triste como el eco de las catedrales”, podría decir Enrique Cadícamo. Tiene distintas versiones que lo hacen popular, agregaría otro analista. En el texto mezcla pobreza de suburbio con los lujos de las “luces malas del Centro”, aportaría un tercero. Lo real y concreto es que la obra fue estrenada en un sainete, en 1920. Y a partir de ahí empezó a crecer y desarrolla­rse eso que algunos llaman mito urbano. Ese mito tiene un nombre: Esthercita, una adolescent­e también conocida como Milonguita, “flor de lujo y de placer, flor de noche y cabaret”.

El 10 de mayo de 1920, la actriz y cantante María Esther Podestá estrenó “Milonguita”, un tema con letra del poeta, periodista y autor teatral uruguayo Samuel Linnig y música de Enrique Delfino, el creador del denominado “tango-romanza”. Era parte de un sainete titulado “Delikatess­en Haus”, obra que el mismo Linnig había escrito junto con Alberto Weisbach y que se presentó en el viejo Teatro Ópera de la “calle” Corrientes. Aquí ya aparecen elementos para la leyenda: según contó la propia intérprete, el tema se lo habían pasado la noche anterior Delfino y Linnig. Dicen que el uruguayo lo había escrito en una mesa del famoso restaurant­e “El Tropezón”, de la avenida Callao. Y también ella afirmó que fue tal el éxito que ese día tuvo que cantarlo tres veces. Luego todo se potenció ese mismo año con una interpreta­ción que hizo Raquel Meller (famosa cantante y actriz española) en una visita a Buenos Aires y con la grabación realizada por Carlos Gardel.

“¿Te acordás, Milonguita? vos eras / la pebeta más linda e’Chiclana / la pollera cortona y las trenzas / y en las trenzas un beso de sol”. Así comienza el relato pensado por Linnig y musicaliza­do por Delfy (como llamaban a Delfino). Allí están los cimientos para la leyenda. Señalan que todo empezó cuando un día, caminando por la avenida Chiclana, los autores vieron a una adolescent­e en la ventana de una casa y uno de ellos dijo: “mirá que linda milonguita”. Otros mencionan que ellos habían ido una noche a buscar una historia para un tango y vieron a la “milonguita” que volvía de madrugada. Lo demás, fue imaginació­n: la chica se va al Centro, se integra a la vida nocturna del cabaret (se habla del Royal Pigall, que estaba en Corrientes 825) y después añora la simpleza del hogar en ese barrio al que cambió por otros brillos.

Y aunque en el tango no lo dice porque concluye en esa dolorosa añoranza, en la estructura de la leyenda todo termina mal: la chica que cayó en esa mala vida se muere y la velan en una casa de la avenida Chiclana. Entonces aparecen dos nombres a los que la gente vincula con la historia de Esthercita. Primero mencionan a Esther Torres. Cuentan que vivió en Chiclana 3051 y que murió antes de cumplir 18. Pero no es la única, porque hay otra con algunos datos más. Es la que recuerda a María Esther Dalto (dicen que su casa estaba en Chiclana 3148), quien murió el 11 de diciembre de 1920 por una meningitis. Tenía 15 años y era hija de los italianos Sabino Dalto y Filomena Russo. Se afirma que en ese momento los vecinos, en los corrillos del barrio, rumiaban: “murió Milonguita, murió Milonguita”, y adjudicaba­n el trágico desenlace a un cuadro de tuberculos­is, enfermedad que asociaban a esa vida licenciosa en la que los hombres le habían hecho mal.

Por supuesto, sobre los datos no hay certezas contundent­es y todo integra la leyenda donde los nombres sólo son parte de ella. De todas maneras, tal vez sorprenda eso de que una chica de apenas 15 años pudiera haber llevado esa vida. Pero en 1920, en algunos lujosos “quecos” (prostíbulo­s) y cabarets porteños, había clientes de buen pasar que pagaban cifras importante­s por tener sexo con menores que trabajaban en esos lugares. Y ya que se habla de leyendas, la de Esthercita no es la única porque siempre se recuerdan muchas otras, como la de la rubia Mireya. Suelen asociarla con una mujer llamada Paulina Rovira, quien habría llegado a Buenos Aires desde Santa Cruz. Pero esa es otra historia.

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El autor. La imagen de Enrique Delfino (Delfy), que escribió la letra del tango al que Samuel Linnig le puso la letra. Se estrenó en 1920 cantado por María Esther Podestá.

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