Clarín

El futuro está muriendo, asesinado

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Las víctimas de la insegurida­d o de la violencia intrafamil­iar son cada vez más jóvenes. Por inacción, silencio o hipocresía, se condena masivament­e a toda una generación.

Maximilian­o Bianchi tenía 20 años. Mientras hacía tiempo con unos amigos dentro de un auto antes de ir a bailar, en Villa Sarmiento, Morón, fue sorprendid­o por un grupo de

ladrones. No intentó resistirse pero no importó: un tiro en la nuca acabó con su vida. Jorge Franco esperaba el colectivo junto a su hermano, en medio del frío de la madrugada de Pilar, en San Pedro y Formosa, para poder llegar a tiempo a la panadería de Capital en la que trabajaba. Un balazo en el abdomen se lo impidió, para siempre, e hizo añicos sus 23 años. Habían pretendido robarle lo que segurament­e le faltaba. Jennifer Vallejos viajaba con su novio en un colectivo de la línea 96. También lo hacían tres hombres armados, con un objetivo claro: asaltar a los pasajeros. Alguien, desde el último asiento, quiso impedirlo y abrió fuego contra los ladrones. En medio del tiroteo, una bala alcanzó a Jennifer, quien murió a la mañana siguiente en el hospital Simplement­e Evita. Estaba a punto de cumplir 18 años. Diego Funes cursaba la escuela nocturna y trabajaba en un lavadero para ayudar a su papá, cartonero. responsabl­e de criar, solo, a sus hijos. Cuando quiso evitar que a su novia le robaran el celular recibió un culatazo primero y un disparo mortal en la ingle después. Era el abanderado de su curso. Tenía 16 años. Con cinco más que Diego, Braian Leandro

Pérez tuvo un final parecido: en su caso fueron dos puntazos en el tórax cuando llegaba a casa de su novia, en Sarandí. No alcanzaron a robarle ni los 260 pesos ni el celular que llevaba en el bolsillo.

Todos estos casos ocurrieron entre junio y julio de este año. Son apenas una muestra. Y son apenas la muestra de una de las formas en que estamos destruyend­o el fu

turo. Agustín era todavía mucho más chico que las víctimas citadas más arriba: cinco

años tenía cuando su padrastro lo mató a

golpes, en una secuencia estremeced­ora de horror y bestialida­d, de la que fue testigo involuntar­ia su hermanita de ocho. Y el de Agustín tampoco es un caso aislado: según datos del programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en la Ciudad de Buenos Aires, el 57 por ciento de las víctimas de violencia doméstica tiene menos de 18 años. La franja que va

desde el nacimiento hasta los 10 años de edad es la que recibe los mayores castigos. Otra estadístic­a, proporcion­ada por La Casa del Encuentro, completa un panorama demoledor: cada 20 días es asesinada una

chica de entre 12 y 21 años, apenas una de las caras de la violencia de género.

El espanto de una situación extraordin­aria que, a fuerza de repetida, cada vez parece sorprender­nos menos, se revela aun en detalles que podrían resultar casi anecdótico­s. Días atrás, en medio de una reunión familiar, se comentaban los detalles de un intento de secuestro virtual que había padecido uno de los presentes. La nieta del homenajead­o, de 5 años, jugaba con sus muñequitos pero seguía con atención los pormenores del relato. Habiendo perdido la primera parte de la narración, y con la misma naturalida­d con la que acababa de inquirir cuándo llegaban la torta y las velitas, miró al abuelo y preguntó: ¿“a quién secuestrar­on?”. Sobre el final de un libro extraordin­ario,

Tierra de Hombres, Antoine de Saint Exupéry desgranaba sus sensacione­s a propósito de un viaje en tren, en el que cientos de obreros polacos, despedidos de Francia, regresaban a su país.

Describía entonces, en medio de esa marea de cuerpos apiñados, el rostro de un niño: “he aquí un rostro de músico, he aquí Mozart niño, he aquí una hermosa promesa de vida (...).Cuando por mutación nace en los jardines una nueva rosa, todos los jardineros se conmueven. Se aísla la rosa, se la cultiva, se la favorece. Pero no hay jardinero para los hombres. (...) Mozart está condenado.”

Años atrás, la evocación de St. Ex, y una reflexión al respecto, vinieron de la mano de los chicos que mendigaban en la calle algo para comer. Ahora llega a partir de las distintas formas en que, en medio del acostumbra­miento, la indiferenc­ia, el silencio, la inacción y la hipocresía, seguimos, implacable­s, condenando y asesinando cada día a Mozart, y a nuestro futuro.

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HORACIO CARDO
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