Clarín

La dura y cara batalla en Buenos Aires

Eduardo van der Kooy

- nobo@clarin.com

No son pocos los dirigentes que empiezan a temer que las internas abiertas, simultánea­s y obligatori­as del 9 de agosto (PASO) puedan envolver en un verdadero escandalet­e a Buenos Aires. Entre aquellos temerosos no hay sólo macristas y radicales. También desconfía el Frente Renovador de Sergio Massa. Lo más sorprenden­te: en la hilera de esos desconfiad­os sería posible descubrir a Aníbal Fernández. El jefe de Gabinete fue quien desató la ofensiva más dura contra el juez electoral K Laureano Durán, que había decidido limitar la cantidad de boletas que los partidos podían tener en cada mesa de votación. La Cámara Nacional Electoral se apresuró a revocar aquella determinac­ión.

Nada se descubre cuando se asegura que Buenos Aires será crucial en agosto y en octubre. Allí reside algo más del 38% del padrón nacional. Pero ese volumen no diría todo sin una imprescind­ible desmenuzac­ión: el peso del Conurbano, cuantitati­vo y político, no es similar al del interior del territorio. Un fenómeno que se acentuó en los 90 de la mano de la corriente duhaldista.

Las sospechas, tal vez, no se hubieran agigantado tanto si Cristina Fernández hubiera conseguido dos objetivos que, junto a la admisión de Daniel Scioli como candidato K exclusivo, desnudaría­n sus falencias como constructo­ra. En sus ocho años en el poder no logró perfilar un candidato kirchneris­ta en Buenos Aires propio, presentabl­e y con votos. A último momento la Presidenta pretendió echar un manotazo y cambiarle a Florencio Randazzo el casillero de presidenci­able por el de gobernador. El cumplimien­to del ministro del Interior de su compromiso público (“Si no soy candidato a presidente no seré nada”, reiteró) desbarató esos planes presidenci­ales.

La puja entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez por la candidatur­a a gobernador sirvió para que los timbres de alarma se activaran también en la oposición. El macrismo había hablado hasta el cansancio sobre la importanci­a de fiscalizar la votación en Buenos Aires: pero del dicho al hecho hay siempre un largo trecho. María Eugenia Vidal, la candidata a gobernador­a del PRO, y Gabriela Michetti, ladera de Mauricio Macri en la fórmula, advirtiero­n en sus recorridas por el Conurbano profundo

y misterioso que las trampas podrían ser infinitas si no existiera una adecuada vigilancia. Los secretos nacieron de gente humilde ligada a los aceitados aparatos que poseen los intendente­s.

Vaya otra casualidad. Aníbal Fernández estaría lidiando contra un problema si

milar al de sus enemigos macristas. Hay muy pocos intendente­s que se solidariza­n con el jefe de Gabinete. Lo prefieren a Domínguez. La única ventaja que Aníbal le arranca a los macristas es la posibilida­d de utilizar fondos y estructura­s del Estado nacional. Resulta impresiona­nte, de verdad, la cantidad de publicidad que el jefe de Gabinete desparrama en la Provincia. Sus votos potenciale­s podrían llegar a ser en agosto los más caros.

Al titular de la Cámara de Diputados tanto despliegue también le llama la atención. No es que él mismo no lo tenga: pero intuye que habría un soporte económico adicional para el jefe de Gabinete que vendría del kirchneris­mo. De su propio “circulo rojo”. ¿Por orden de Cristina? ¿Por qué podría considerar a Aníbal un cancerbero más eficaz para Scioli que Domínguez? ¿Al estilo de Carlos Zannini? Esos interrogan­tes martirizan a Domínguez.

El titular de la Cámara de Diputados viene remontando el déficit principal: su

bajo conocimien­to en Buenos Aires pese a haberse desempeñad­o, alguna vez, como ministro de Felipe Solá. Su proximidad a Scioli lo beneficia, aunque el gobernador, por lógica, intente mostrarse equidistan­te en el combate bonaerense. Domínguez, para los días finales de campaña, estaría rumiando una decisión con la idea de torcer definitiva­mente el rumbo que mostrarían las encuestas: aceptar o no una invitación para asistir al programa de Marcelo Tinelli. El conductor no lo piensa llevar a Aníbal con quien lo distancia el manejo del fútbol. El jefe de Gabinete se opuso, a su turno, que Tinelli ingresara en el negocio de la televisaci­ón de los partidos. Ahora coloca piedras en el camino que pretende transitar Tinelli para llegar a la cima de la AFA.

Domínguez deshoja aquella margarita. Por un lado lo seduce la idea de llegar desde la pantalla a millones de ciudadanos del Conurbano que de otro modo no podría contactar. Pero choca también contra un viejo precepto suyo: el de evitar la faranduliz­ación de la política.

Con Aníbal Fernández, para incomodida­d de Domínguez, estaría sucediendo otra cosa singular. Amén de una supuesta mano cristinist­a, congregarí­a también las preferenci­as de prácticame­nte todo el arco opositor. Esas simpatías quedaron al descubiert­o, por ejemplo, en un plenario del Frente Renovador. Varios dirigentes, entre ellos el intendente de Malvinas Argentinas, José Cariglino pusieron el eje en fortalecer la acción en Buenos Aires para quebrar la polarizaci­ón entre Scioli y Macri. Massa fue más audaz. Instó a sus militantes a que cuiden la boleta de Aníbal. ¿Por qué razón? Porque parte de la premisa que el jefe de Gabinete tiraría hacia abajo las chances de Scioli en octubre para ganar

en una primera vuelta. “Con Felipe (por Solá) lo podemos tumbar”, se entusiasmó. Quizás no haya dicho todo. El tigrense conjetura que, en el peor de los casos (si fuera víctima de una polarizaci­ón), la macrista Vidal también podría estar en condicione­s

de jaquear a Aníbal. La mujer de Morón hace diariament­e sus tareas: al final de las extenuante­s recorridas bonaerense­s repasa las actualizac­iones de las encuestas de su equipo. Sonríe cuando observa que Aníbal continuarí­a liderando los números en la interna del FPV.

El macrismo celebró ayer cuando María Servini de Cubría hizo lugar a la demanda de Cambiemos (PRO, UCR, Coalición) para que se puedan mudar a fiscales de otros distritos a la brava Buenos Aires. La ayuda reforzaría la tarea artesanal que en la Provincia viene realizando el PRO. Una artesanía cara, sin dudas.

El macrismo abrió una inscripció­n de fiscales por Internet. Ya tendría reclutados los 40 mil que harían falta para los 135 distritos. Ese volumen se integra con 35 mil más otros 5 mil fiscales generales. Cada controlado­r cobrará unos $ 500 por mesa fiscalizad­a. Eso implicaría un gasto que oscilaría entre los $ 15 y $ 20 millones.

La recolecció­n sería apenas una parte de la tarea. El resto consistirí­a en descubrir la fiabilidad de las personas. Hay de todo en la viña del Señor. Peronistas que se ofrecen por un día de trabajo. También sindicalis­tas, tal vez de los gremios de Hugo Moyano. Se hace un chequeo por teléfono con cada uno de ellos. Recibirán el pago sólo luego de que sea verificado el trabajo. Los fiscales generales serán los encargados de recorrer cada mesa para detectar posibles anomalías, sobre todo la falta de boletas. Deberán reponerlas en cuotas para no exponerse a que algún vivillo pueda hurtarlas todas de un saque. Sean 25 como había determinad­o el juez Durán o 350 como habilitó la Cámara.

La ingeniería podría adquirir valor si la campaña del macrismo en Buenos Aires fuera dotada de otra intensidad y otra sustancia.

Quizás los últimos días de campaña, pese a las recomendac­iones en contrario del ecuatorian­o Jaime Durán Barba, tengan algunos grados de temperatur­a más que la habitual en los dirigentes amarillos. Podría abandonars­e la marcada condescend­encia con Scioli que imperó hasta ahora. La primera señal, en ese aspecto, la habría dado Macri: ayer responsabi­lizó al gobernador por la separación del juez Claudio Bonadio de la causa Hotesur, que investiga irregulari­dades en una cadena hotelera de la familia Kirchner. Los próximos días develarán si tal novedad se transforma en regla.

Domínguez intuye un apoyo adicional a Aníbal. Este está lidiando con un problema similar al de los macristas. Quizás los últimos días de la campaña del PRO tengan algunos grados más de temperatur­a que la habitual.

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Aníbal Fernández y Herminio Iglesias.
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