Clarín

Un caso testigo en horas electorale­s

- Ricardo Carpena Especial para Clarín

El conflicto con los choferes de la línea 60 se está transforma­ndo en otro caso testigo, como fue en 2009 el de Kraft y en el último año los de Gestamp y de Lear. Con el agravante de que en estas horas se mezclan la lógica de la campaña, las necesidade­s políticas y las urgencias sindicales.

Por lo pronto, ¿por qué intervino ayer el ministro de Seguridad bonaerense, Alejandro Granados, y no el Ministerio de Trabajo de la Nación o el de la provincia de Buenos Aires? Parece una decisión surgida de Daniel Scioli para evitar que el conflicto lo afecte en términos electorale­s, sobre todo luego de las crudas imágenes de la represión de ayer contra los colectiver­os en la Panamerica­na.

La Casa Rosada parece desorienta­da. Para algunos funcionari­os, tanto la empresa Monsa como la comisión interna de la línea 60 adoptaron posturas irreductib­les. El ministro Carlos Tomada recibió a los delegados rebeldes, un gesto de realismo que dejó desairada a la Unión Tranviario­s Automotor (UTA), el gremio que no maneja (y combate) a esos representa­ntes sindicales, pero la posterior conciliaci­ón obligatori­a no sirvió para obligar a las partes a negociar. Todo lo contrario.

En este conflicto se despliega otra vez la lucha entre una cúpula sindical peronista y una comisión interna radicaliza­da, cuya composició­n ideológica es un laberinto indescifra­ble: no hay rastros de fuerzas trotskista­s tradiciona­les, sino de independie­ntes de izquierda, peronistas combativos y miembros de Causa Obrera, un desprendim­iento del MAS, y de Tendencia Piquetera Revolucion­aria, surgida de las filas estudianti­les del PO. Estos delegados son inflexible­s, aunque innovaron con protestas originales como el no cobrar boletos para no irritar a los pasajeros.

El dilema está a la vista. Si se soluciona el conflicto gracias a Granados, será visto como un triunfo de Scioli y un traspié de Cristina Kirchner, complicada además porque está borrando con el codo (o con la Gendarmerí­a) su política de no reprimir la protesta social. Y si hay acuerdo, se habrá logrado a partir del reconocimi­ento oficial de los “insurrecto­s” de izquierda (que el gremialism­o combativo usará como bandera electoral) y del marginamie­nto de la UTA (mala noticia para los defensores del modelo sindical vigente). Aun así, hay un escenario más inquietant­e: sin arreglo, ya nadie sabe qué puede pasar.

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