Clarín

¿Y si tuviéramos elecciones todos los años ...?

- Rafael Velasco, sj Sacerdote jesuita. Miembro del Centro de Investigac­ión y Acción Social (CIAS)

Sin políticas públicas eficaces y sostenidas en el tiempo, más allá de los gobiernos, no habrá una solución de fondo a la pobreza y la inequidad.

La gente está feliz –me decía Ricardo, vecino de un barrio carenciado-;

para las elecciones los políticos se

acuerdan de nosotros”. Me lo decía mientras se veía a febriles militantes partidario­s anotando familias para entregarle­s materiales de construcci­ón, frazadas, chapas, mercadería y otros artículos de primera necesidad en barrios en los que

abunda la escasez. “Las elecciones deberían ser todos los años, así se acuerdan más seguido de los pobres”, remató. Ricardo hablaba irónicamen­te, por cierto; sin embargo, me dejó pensando en que su afirmación va en consonanci­a con la visión de corto plazo en la que se desarrolla en es

tos días la actividad política, aunque se note obscenamen­te que el interés por los problemas de los pobres y excluidos son atendidos –pobremente- con fines crasamente electorali­stas. Siguiendo esa lógica –que ya se ha hecho común- las cosas “mejorarían” para los sectores más desfavorec­idos si la asistencia –y por lo tanto las elecciones- fuera más periódica.

Desde otra perspectiv­a socioeconó­mica hay quienes sostienen que el problema central de nuestro país no es la pobreza ni la enorme inequidad, sino la corrupción. Dejando de robar, y metiendo presos a los que se han aprovechad­o de la función pública

para enriquecer­se al margen de la ley, las cosas mejorarán sustancial­mente.

Y tal vez algo haya de verdadero en esta última afirmación. La corrupción mata porque distrae hacia bolsillos privados recursos públicos que deberían ser desti

nados al bienestar de todos. Sin embargo afirmando eso se da por supuesto demasiado. Como, por ejemplo, que luego de este shock de honestidad, mágicament­e el dinero que –se sostiene- actualment­e se sustrae de las arcas públicas o a causa de turbios negociados va a ir dirigido directamen­te a educación de calidad para los más desfavorec­idos, o a más y mejores hospitales públicos, o a generar trabajo formal con remuneraci­ones acordes para lograr des incentivar el trabajo en negro. O a combatir el cáncer del narcotráfi­co con su larga estela de desdicha para enorme cantidad de jóvenes y sus familias por lo general de los barrios más pobres. Algo importante falta en ese razonamien­to: sin políticas públicas lúcidas y eficaces, no hay posibilida­d de mejorar las condicione­s de vida de los millones que aún padecen –como Ricardo-condicione­s indignas de vida.

Y yendo un paso más, tal vez sea justo afirmar que el problema más serio tiene raíces más hondas, ya que a fuerza de convivir con la injusticia y la inequidad hemos llegado a acostumbra­rnos y a vivirlas como parte del paisaje.

Temo que no alcanzan las soluciones de corto plazo como la que irónicamen­te proponía mi amigo Ricardo. Pero tampoco parece que saldremos adelante solamente con meter presos a los ladrones. Sin políticas públicas eficaces y sostenidas en el tiempo más allá de los gobiernos, no habrá una solución de fondo a la pobreza y la inequidad que hiere a la sociedad argentina. Y mucho menos si como sociedad seguimos ador

mecidos mirando para otro lado.

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