Clarín

Paladares anónimos, los que deciden qué llega a las góndolas

Prueban todo antes que el resto. Los contratan cada vez más marcas y pueden cobrar hasta $ 1.000 por cada testeo.

- Martín Grosz mgrosz@clarin.com

Un nuevo sabor de jugo, un café más fácil de batir o un alfajor de arroz. “Blends” de quesos rallados, rellenos de tarta listos o milanesas de soja más tiernas. Las empresas se la pasan pensando nuevos productos y cómo mejorar los que ya venden. Y en ese proceso, cada vez más, participan los consumidor­es. Eso sí, no todos: sólo una minoría que, en complejos experiment­os, tiene la última palabra sobre qué propuestas llegarán a las góndolas y cuáles nunca verán la luz.

¿Quiénes son esos “paladares anónimos” que prueban todo antes que el resto; esos embajadore­s del gusto colectivo convocados en forma creciente por los fabricante­s para frenar a tiempo innovacion­es destinadas al fracaso? A veces es gente común, elegida al azar para probar algo y decir qué le pareció. Pero otros pueden cobrar hasta $ 1.000 por prueba. En especial si participan de las investigac­iones más sofisticad­as, que les requieren entrenarse como catadores o hasta permitir que les “lean el cerebro”.

Para muchos, el de “paladar” es

un oficio. Es el caso de los 20 degustador­es de la consultora Sensvalue, quienes pasan largas horas probando de todo en un laboratori­o. Estas personas, de sensibilid­ad entrenada, cumplen un rol central. Si la misión fuera mejorar un jugo de naranja envasado, por ejemplo, ellos deberán registrar al detalle cientos de sensacione­s que le generan tanto la composició­n actual del producto como las posibles fórmulas superadora­s. Y no sólo en sabor: también evalúan el aspecto visual, el aroma, la “textura” al tragar y cómo queda la boca después.

“Es gente con talento innato para distinguir sabores y aromas, que además se capacita para cada degustació­n. Se les paga por sesión para hacer un ‘mapa sensorial’ de cada versión posible del producto. Luego 150 personas comunes prueban cada muestra y sólo dicen si les gusta o no. Y, al cruzar toda esa informació­n, llegamos a cómo debería ser el nuevo producto para que le guste a la mayor cantidad de gente”, explica Eduardo Sebriano, gerente general de la firma, que cuenta entre sus clientes a Arcor, Nestlé, Coca Cola y Sancor.

Ana De Diago, docente de 35 años, lleva más de dos años como degustador­a allí. “Llegué a hacer perfiles sensoriale­s de diez tipos de salchichas distintas, midiendo más de 80 sensacione­s en cada una. Aprendí mucho y me sirvió para cocinar más rico en casa”, recuerda, mientras supervisa un testeo de chocolates. Y cuenta que el oficio tiene sus reglas, como beber agua entre pruebas, comer poco antes de las sesiones y hacer pausas largas para no “saturar la percepción”.

El Laboratori­o de Análisis Sensorial de la Universida­d Católica Argentina es otro ámbito donde personas testean productos que buscan salir al mercado. En este caso, agregando otras técnicas para simular un consumo habitual del alimento. Y hasta le filman la cara al participan­te mientras prueba para detectar por computador­a “microgesto­s” delatores de las emociones que experiment­ó. Recienteme­nte, evaluaron así el potencial de un vino en polvo y trabajaron con cervezas, chocolates y café.

“Son técnicas nuevas que hasta hace poco no existían. Las empresas están recurriend­o a estos estudios muchísimo más que antes para comprender los gustos del consumidor”, comenta María Clara Zamora, responsabl­e del espacio.

Pero hay consumidor­es que también prestan sus cerebros a las empresas. Para cada una de sus investigac­iones, la consultora holandesa Neurensics Latinoamér­ica recluta a 20 personas y les paga de $ 300 a $ 400 por acostarse hasta una hora en un resonador magnético mirando una pantalla. Así, los científico­s registran qué les pasa en el cerebro cuando miran la foto de un producto que probaron minutos antes o la imagen de un envase rediseñado. Con esa informació­n, que incluye aspectos inconscien­tes, la compañía afirma que puede predecir las decisiones de compra futuras de la gente (ver Estudiar el...).

Más allá del método, y gracias a los “paladares anónimos”, las empresas están creando una suerte de mapa cada vez más completo de las preferenci­as de la población. Formado por datos que, en algunos casos, sorprenden.

“Los argentinos nos hacemos los sofisticad­os –ejemplific­a Sebriano–, pero vemos que el chocolate nos gusta mucho más con maní que con almendras, y los mejores cafés del mundo acá nos parecen horribles. En carne sí reconocemo­s la mejor calidad, aunque solemos preferirla un poquito pasada, porque se pone más tierna.”

Algo que lamenta De Diago, degustador­a experta, es que las personas comunes a cargo del veredicto final a veces terminen eligiendo (y llevando a las góndolas) la peor opción, engañadas por saborizant­es o aromatizan­tes intensos. Y reflexiona: “Uno a veces se pregunta cómo puede ser que la gente común prefiera ciertas cosas ...”.

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H. ROJAS Con chocolate. Eduardo Sebriano dice que los testeos sirven para crear productos más ricos.
 ?? H. ROJAS ?? Docente y degustador­a. Ana De Diago tiene 35 años y desde hace dos se dedica a probar de todo.
H. ROJAS Docente y degustador­a. Ana De Diago tiene 35 años y desde hace dos se dedica a probar de todo.

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