Clarín

Dos miradas sobre el pasado más violento

- Alberto Amato

Parece una coincidenc­ia, y acaso lo sea, pero ya en el otoño del kirchneris­mo, dos libros casi flamantes plantean la revisión del pasado violento de la Argentina en los años 70, pasado al que el Gobierno intentó reescribir con una épica propia y falseada. Es un pasado perturbado­r e incómodo al que el Gobierno nunca hizo referencia en su declamada visión de la época y que nunca fue investigad­o en profundida­d por diferentes motivos; el principal, porque involucra a Juan Perón y a su heredera, María Estela Martínez, en la sangre derramada, que fue mucha, entre 1970 y 1976, antes del “Proceso”. Segundo, porque en esa violencia desatada fue evidente la participac­ión de bandas armadas de la ultraderec­ha y también el aporte generoso que a ellas hicieron los poderosos sindicatos de la época, enfrentado­s con la izquierda peronista enraizada en la juventud, con los sindicatos llamados clasistas y con la guerrilla peronista y trotskista. Tercero, porque revisar aquel pasado de violencia en democracia desnudaba los errores de Montoneros y ERP, que no dieron tregua alguna a aquella democracia recuperada. Y cuarto, porque era más simple, lo que es cierto, y más justo, que no es cierto, tomar como punto de partida del terrorismo de Estado al 24 de marzo de 1976.

Eso se desprende de la lectura de “Perón y la Triple A – Las 20 advertenci­as a Montoneros”, de Sergio Bufano y Lucrecia Teixidó, y de “El Descamisad­o – Periodismo sin aliento”, de Ricardo Grassi (ambos editados por Sudamerica­na) que se animan, con éxito, a quebrar un silencio de cuarenta y cinco años. Bufano y Teixidó fueron militantes de izquierda en aquellos años y Grassi dirigió entre 1973 y 1974 “El Descamisad­o” y las publicacio­nes que, por breve lapso, le siguieron cuando fue clausurado.

Cuarenta y cinco años de silencio son muchos años de mucho silencio. Son los que pasaron desde el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu a manos de Montoneros, desde el regreso y la muerte de Perón y desde el desmadre de la banda terrorista Triple A, que operaba inorgánica en tiempos del General bajo la batuta del todopodero­so ministro de Bienestar Social, José López Rega.

El retrato de aquella época es no sólo el de una violencia descarnada sino el de una gigantesca impostura, disfrazada de habilidad política, que ejercieron todos los protagonis­tas con despiadada fiereza. Perón, que apostaba a domar a sus muchachos con un discurso y que proclamaba ser prenda de paz de la Argentina, prohijaba de alguna forma, si no lo impulsó, y Bufano y Teixidó sostienen que sí lo hizo, un terrorismo de Estado destinado a eliminar de su movimiento todo rastro de ideas de izquierda. La hostilidad de Perón hacia Montoneros y hacia la juventud peronista de la llamada Tendencia, inquebrant­able desde el asesinato de José Rucci, era evidente y sus condenas a la violencia eran públicas. Pero el general guardaba

silencio sobre “(…) Los asesinatos, secuestros y atentados contra la propiedad producidos por el CdeO, la Triple A, la CNU y las bandas armadas que salían de los sindicatos, todos protegidos y financiado­s desde el Estado”, afirman Bufano y Teixidó.

Por otro lado Montoneros, a través de “El Descamisad­o”, era crítico del gobierno en el que habían puesto tantas esperanzas y al que habían intentado acceder, aunque salvaban del lodo a la figura intocable de su líder. Pero mientras, planeaban el asesinato de Rucci, mano derecha de Perón en el aparato sindical, como una demostraci­ón de poder y para “negociar con el General en mejores condicione­s”.

Mientras el libro de Bufano y Teixido adjudique a Montoneros cierto “autismo” en su ciega fidelidad a Perón, el libro de Grassi, por el contrario, revela el

doloroso proceso vivido por la JP: exaltación y frenesí cuando la victoria en marzo de 1973, sorpresa y recelo luego con el retorno definitivo de Perón y la matanza en Ezeiza en junio de ese año, decepción y furia cuando Perón los expulsa de la Plaza el 1° de mayo de 1974, furioso, fuera de sí y después de lanzar dos insultos, estúpidos, imberbes, que no hubiesen sido nada de no ir adosados a un tercero más hiriente todavía: mercenario­s.

La muerte del Perón, la extraordin­aria incapacida­d de sus herederos y la decisión militar, ya tomada, de llevar adelante una matanza, hicieron de la Argentina un baño de sangre, menos aparatoso y evidente, más masivo y clandestin­o, a partir de marzo de 1976. La Triple A, enseñoread­a en las calles, desapareci­ó absorbida acaso por la dictadura.

“Periodismo sin aliento” vuelve sobre el asesinato de Aramburu y da nuevos y escalofria­ntes detalles que, lejos de echar luz sobre el caso, aumentan el recelo y la cautela que persiguen a cada uno de los diferentes relatos que se han hecho sobre el crimen. Grassi asegura que hubo un segundo tirador sobre Aramburu. Hasta hoy, el asesinato había sido cometido sólo por Fernando Abal Medina con un único disparo, según la versión que dieron a “El Descamisad­o”, Mario Firmenich, que no estuvo en la escena del crimen, y Norma Arrostito, que ni siquiera estuvo en la estancia de Timote donde fue asesinado Aramburu.

Grassi sostiene que fue el montonero Emilio Maza quien remató a Aramburu con otros dos balazos y habla también de un cuarto guerriller­o en el sótano de la estancia, del que dice no saber el nombre y a quien menciona como “El Otro”. La existencia de “El Otro”, fue sugerida hace algunos años por fuentes ligadas a Montoneros. Por fuerza, debió tratarse de uno de los fundadores del grupo que se presentó en sociedad con el asesinato de Aramburu.

Aquellas fuentes afirmaron entonces, hace casi un lustro, que se trataba de un guerriller­o que había sido muerto durante la dictadura. Pero Grassi afirma ahora que “El Otro” vive, lo describe en parte y de él toma el testimonio sobre los disparos hechos por Maza. No son muchos los sobrevivie­ntes de aquel embrión de la guerrilla peronista. Las que abundan son las versiones sobre el asesinato de Aramburu que “Periodismo sin aliento” reitera como si se tratara de la versión original, publicada por “La Causa Peronista” en 1974, para dejar aún más preguntas.

Estas páginas apasionada­s de aquellos años terribles echan luz sobre lo nunca dicho: la dictadura militar tuvo su embrión bajo el gobierno constituci­onal de Perón y de Isabel, embrión que, por oculto y silenciado, no fue ni menos trágico, ni menos vergonzoso en su impunidad. Hay formas y formas de reescribir la historia.

Libros como “Perón y la Triple A” y “El Descamisad­o-Periodismo sin aliento”, echan luz sobre lo nunca dicho de aquellos terribles.

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