Clarín

Corrupción y estado de derecho

- Roberto Durrieu Figueroa Abogado penalista y Doctor en Derecho

En estos tiempos electorale­s, se escucha a algunos candidatos efectuar ruidosas declaracio­nes respecto de la necesidad de combatir a la corrupción estatal. Los medios periodísti­cos informan

a diario acerca de diversas situacione­s escandalos­as que se vinculan con el poder o al enriquecim­iento ilícito de algún funcionari­o. Las organizaci­ones de la sociedad civil y hasta empresaria­s también reclaman por comportami­entos decentes en el ejercicio de funciones públicas.

La Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA), ha reconocido a la corrupción de los agentes públicos como un mal que socava la legitimida­d de las institucio­nes democrátic­as, atenta contra la sociedad, el orden moral y la justicia, así como el desarrollo integral de un pueblo.

Nuestra experienci­a democrátic­a nos ha enseñado que la acción de una justicia independie­nte es el único camino posible para restablece­r la vigencia de la ley. Sin embargo, en la práctica, las mayoría de las respuestas judiciales en materia de corrupción han sido deficiente­s, tardías o inexistent­es. De este modo, no han podido alcanzar su objetivo principal, recomponer la paz social a través de la aplicación de las sanciones que prevén las normas ante su incumplimi­ento. Es imprescind­ible, entonces, plantear propuestas serias para enfrentar eficazment­e el fenómeno del soborno y la corrupción pública. La mejor doctrina nos recuerda permanente­mente que los crímenes gubernamen­tales representa­n el mayor desafío para los órganos que tienen a su cargo el monopolio en la aplicación de la ley penal. Por ello, los candidatos deberían evitar caer en discursos vacíos, de escaso contenido o en la sugerencia de medidas claramente demagógica­s que no superan el test mínimo de legalidad.

Se trata de una preocupaci­ón regional. Todos asistimos a lo que está ocurriendo en Brasil con la operación “Lava Jato”, que ha conducido a la detención de importante­s empresario­s y polí

ticos por supuestas contrataci­ones ilegales con la petrolera de bandera de aquel país. La actividad de un juez local ha provocado una crisis institucio­nal y económica sin precedente­s, amenazando incluso a las máximas autoridade­s del país. No obstante, se escucha a los especialis­tas de aquel país cuestionar esa investigac­ión por sostenerse casi exclusivam­ente en testimonio­s aportados por personas que habrían supuestame­nte intervenid­o en esas maniobras delictivas y que habrían suministra­do alguna informació­n con el propósito de obtener una reducción considerab­le en la pena.

La única manera posible de enfrentar la corrupción es a través del estado de derecho. Así, el objetivo de máxima efectivida­d en la lucha contra el crimen no debería subordinar las garantías individual­es y del debido proceso. Las delaciones premiadas resultan, en este contexto, altamente peligrosas porque inexorable­mente derivan en un debilitami­ento del sistema de garantías. Nuestra experienci­a institucio­nal nos enseña, como tiene dicho la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde el retorno de la democracia, que la flexibiliz­ación y debilitami­ento de los principios fundamenta­les

degrada la buena administra­ción de justicia. En otras palabras, el poder del Estado debe ser ágil y efectivo, pero con límites claros y democrátic­os para todos; con equilibrio y transparen­cia de poderes.

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