Clarín

Siria, kurdos, ISIS o cuando las potencias echan lastre

El acuerdo nuclear de Occidente con Irán podría leerse como una “Yalta de estos tiempos”, recordando la conferenci­a que dividió el mundo de la segunda posguerra.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Así como Arabia Saudita en Yemen, la actual ofensiva militar turca sobre Siria tiene un primer carácter preventivo. Es el camino por el cual estas potencias regionales se adaptan al rediseño de un escenario en el cual buscan prevalecer. Pero eso es la mitad de lo que realmente sucede.

Apenas horas después de consumarse el pacto en Viena entre Occidente e Irán que repotenció al adversario persa, Ankara se lanzó militarmen­te sobre territorio sirio con el objetivo declarado de recortar la influencia de la anomalía táctica en que devino la banda terrorista ISIS. Pero su blanco adicional y más significat­ivo fueron las fuerzas del pueblo kurdo en Siria, una amenaza existencia­l para los intereses turcos. De modo tal que Turquía pasó en horas de una neutralida­d calculador­a a involucrar­se en dos frentes simultáneo­s de combate en uno de los bastiones del poder iraní en la región. Sin embargo las reacciones por esos movimiento­s no tienen el nivel que hubieran alcanzado en otros momentos.

No hace mucho la amplia frontera entre Turquía y Siria estaba en manos de una manada de siglas de movimiento­s rebeldes, fundamenta­listas, kurdos e incluso ligados a las hilachas de Al Qaeda y esencialme­nte el propio ISIS, todos enfrentado­s entre sí y todos contra el régimen pro-iraní de Bashar

Al Assad. En ese desorden acabó prevalecie­ndo la acaudalada organizaci­ón yihadista que llegó a controlar cerca de mil kilómetros del límite binacional, desde el cual y en todas direccione­s se podía visualizar su bandera negra. Eso sucedía en medio de una sugestiva serenidad en el espacio turco. Especialis­tas como Jonathan Schan

zer, en Business Insider, tradujeron esa calma tan diferente al infierno del otro lado, como “el mayor indicador de un vínculo de la inteligenc­ia del AKP (el partido gubernamen­tal turco) con el

ISIS”. ¿Qué cambió? Los ataques norteameri­canos al frente de la coalición creada formalment­e para fulminar a esa organizaci­ón medieval, fueron los que modificaro­n la ecuación. Los integrista­s acabaron dispersánd­ose u obligados a transforma­r su logística, particular­mente tras la simbólica derrota en Kobane del año pasado. En su lugar se fortaleció la milicia kurda del YPG, triunfante en esa ciudad fronteriza, y brazo armado de un partido de esa etnia en Siria y vinculado al célebre PKK que Turquía ha combatido por décadas hasta una tregua en 2012.

Según la revista online norteameri­cana The Globalist, los kurdos sirios que controlaba­n tres enclaves aislados se fortalecie­ron en ese revuelo hasta conquistar en mayo pasado un área continua de unos 400 kilómetros en el límite y frente a las narices turcas. Ankara temía que el grupo uniera esos enclaves con otros territorio­s que incluyeran la estratégic­a Azaz en el camino a Aleppo y plantaran soberanía. Ese fue el límite.

“Nunca permitirem­os el establecim­iento de un nuevo Estado en nuestra frontera con Siria”, advirtió el presidente Recep Tayyip Erdogan, en la primera de una catarata de declaracio­nes justificat­orias que agravó el canciller Mevlut Cavusoglu al sostener que “no se puede decir que los kurdos son mejores porque combaten al ISIS”. Desde una lectura directa, ese giro debería complicarl­e a Ankara su relación con Washington que destaca a la milicia kurda como la fuerza más efectiva contra el integrismo en el norte sirio. Pero es improbable que esto haya sucedido sin el consentimi­ento de la Casa Blanca.

Turquía, como el propio EE.UU., considerar­ía que “el ISIS es una entidad paraestata­l de existencia efímera que tarde o temprano será derrotada militarmen­te y se reconverti­rá en una insurgenci­a sin territorio al modo habitual”, como acaba de resumir Francisco José Berenguer,

un teniente coronel, analista principal del Instituto Español de Estudios Estratégic­os. Pero los kurdos son otra cosa, y su crecimient­o puede ser permanente, algo que no preocupa a Washington pero espanta a Ankara que tiene a millones de integrante­s de ese pueblo apátrida en su territorio y ya son la tercera fuerza electoral. Dicho de otro modo, ahora Europa y EE.UU. están dispuestos a desentende­rse de los kurdos sirios, su primer aliado

contra la banda integrista y a quienes estaban entrenando y armando, y, en cambio, sostener a Turquía y sus intereses que son excluyente­s.

No es la primera vez que los kurdos beben de ese jarabe. Después de la Primera Guerra Mundial, en la que combatiero­n junto a Europa contra los otomanos, acabaron traicionad­os por sus aliados a la hora de cumplirse la promesa de entregarle­s un espacio nacional. Solo una parte de ellos cuenta hoy con una región federal que edificaron de facto en el norte de Irak tras sumarse a EE.UU. en el derrocamie­nto de Saddam Hussein.

Hoy como antes, los kurdos serían el lastre de estas mutaciones, del modo en que, en su medida, lo es el ISIS y la propia dinastía alawita que controla desde hace más de cuatro décadas Siria. Ankara, segunda fuerza en tamaño de la OTAN, se lanza sobre ese país árabe para crear zonas protegidas, en tierra y por aire, primero en la frontera y segurament­e luego más allá, para asfixiar al integrismo y fortalecer las fuerzas regulares proocciden­tales que han venido luchando contra Assad desde marzo de 2011. Ese movimiento que tiene como víctimas laterales a los kurdos, alcanza sentido por el llamado de Washington, incluso a Irán, para que el paso siguiente a los acuerdos de Viena remueva al régimen de Damasco. Si antes se freno la mano de Turquía ahora se la estrecha. En esta concertaci­ón lo que se busca es controlar la transferen­cia de poder de un Estado en disolución.

Irán acaba de anunciar que también entrará en la guerra contra el extremismo, aludiendo a Siria donde despachó hace tiempo asesores militares. Pero nada asegura que esa estrategia incluya preservar a Assad en el nuevo escenario táctico que se ha abierto. Quizá nada se pierda. Teherán ya antes sacrificó su gobernante títere de Irak por otro de consenso con EE.UU. que también le responde. Pero hay más. Turquía depende del petróleo y el gas que le proporcion­a Rusia, un país que comparte con Irán la alianza con el régimen de Damasco y también con los kurdos. Sin embargo, el Kremlin no ha expuesto esa baraja para detener el impulso intervenci­onista turco. Eso añade la noción desafiante de que Viena posiblemen­te haya sido mucho más que una negociació­n del 5+1 para detener el plan nuclear en ciernes

persa. Acaso una Yalta en miniatura de estos tiempos, como aquella conferenci­a que dividió el mundo tras la segunda

matanza del siglo pasado.

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Poder tambaleant­e. Bashir Al Assad, presidente sirio.
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