Clarín

Plegaria urgente por dos carriles

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

A la vera de la Ruta Nacional 7 se repite un cartel que dice: “Ramal Ferroviari­o Inactivo”. Es un drama que corre en paralelo, porque en un tren cabe la carga de 20 camiones de 18 metros de largo o los pasajeros de 100 autos repletos, que despejaría­n el asfalto y viajarían hacia su destino mirando el paisaje.

La traza de esta ruta es una de las más emblemátic­as de la Argentina: corre entre el océano Atlántico y el Pacífico, toca cinco provincias (Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza) y llega hasta Uspallata, donde las tropas del general San Martín pasaron a Chile con su libertaria misión.

Tan importante es el camino que su angostura y mal estado se ensanchan a la hora de seña- lar deudas cruciales en materia de infraestru­ctura. Escribió Néstor Kirchner en su plataforma presidenci­al de 2003: “No se puede pensar en el desarrollo de las provincias argentinas si no hay un proyecto que piense en integrarla­s, dotándolas de una red vial adecuada”.

Los que hoy vuelven de sus vacaciones y esquivan tachos naranjas de 500 litros entre Luján y Junín, en desvíos mal señalizado­s, constatan que las obras prometidas están demasiado demoradas.

Para los automovili­stas, pasar camiones con acoplados llenos de papas, leche, soja o ganado, se convierte en una hazaña, porque la ruta es tan angosta como un arco de fútbol y en cientos de kilómetros carece de banquina.

En la Ruta 7, que es justo el cinturón de la silueta argentina, faltan dos carriles más por lo menos, uno de ida y otro de vuelta. Los buscadores de Internet señalan en rojo sus tramos que son mano y contramano, un color que habla de peligro.

Y al volante, el viaje entre Buenos Aires y Mendoza no da respiro por las filas de hasta 15 camiones que se forman, con sus estelas de 30 o 40 autos, todos asomándose al carril opuesto, para intentar avanzar.

Sólo el tramo de autopista de San Luis permite la relajación, mirar de reojo las sierras. En el resto del camino hay una cantidad de curvas y contracurv­as y un caudal de tránsito que es imposible distraerse. Ni siquiera con la belleza de los flamencos, que se reprodujer­on en las prolongada­s inundacion­es.

Faltan carriles, sobran promesas. En rotondas de Chabacuco o Junín, suelen verse pasacalles que reclaman la autovía. Pero se deshilacha­n con el viento. Son plegarias no atendidas.

“Ramal Ferroviari­o Inactivo”, avisan carteles a la vera de la ruta. El tren ayudaría a despejarla

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