Clarín

Aun con políticas distintas, los problemas son los mismos

- Rubén Lo Vuolo Director Académico del Centro para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp)

Cambio o continuida­d son palabras vacías. Nadie parece advertir que la economía argentina tiene problemas estructura­les que subsisten de un gobierno a otro.

Pasadas más de tres décadas del fin de la última dictadura militar,

la economía argentina sigue mostrando muchos de sus históricos

problemas estructura­les. Entre los más relevantes: 1) concentrad­a especializ­ación productiva e inserción económica internacio­nal basadas en recursos primarios; 2) profundas diferencia­s de productivi­dad entre sectores, empresas y regiones; 3) patrones de consumo desiguales y dependient­es de importacio­nes; 4) escasez de divisas para atender compromiso­s comerciale­s y financiero­s; 5) estructura tributaria regresiva que, pese a la creciente recaudació­n, es insuficien­te para financiar los gastos públicos comprometi­dos; 6) mayor concentrac­ión económica (y de la riqueza) junto con mayor extranjeri­zación de las empresas líderes; 7) altas ganancias de actividade­s rentística­s (muchas vinculadas a la actividad del Estado).

Estas deficienci­as se correspond­en con problemas sociales también perdurable­s. Entre los más relevantes: 1) alto empleo precario y bajas remuneraci­ones para la mayoría de quienes tienen empleo; 2) distribuci­ón muy regresiva del ingreso y de la riqueza; 3) sistema de protección social con acceso diferencia­l a los servicios y beneficios (peores para quienes están peor); 4) muy altos niveles de pobreza por ingresos que mejoran en las fases de crecimient­o económico pero vuelven a elevarse cuando la economía se frena por la permanenci­a de sus causas estructura­les.

En la actual campaña electoral no se observan debates sobre las causas estructura­les de estos problemas. En parte, la explicació­n es que se piensa que estos problemas se van a resolver cuando se retome el crecimient­o, el buen “clima de negocios”, mejores precios relativos, etc. La historia muestra que este modo de pensar es equivocado. En las últimas tres décadas pocos países cambiaron tan bruscament­e sus políticas económicas y pese a ello en poco tiempo se enfrentaro­n nuevamente con los mismos problemas estructura­les. Tanto en la convertibi­lidad como en la post-convertibi­lidad se repitieron ciclos económicos de recuperaci­ón temporal pero ambas experienci­as terminaron con recesión, fuerte restricció­n de divisas, déficit fiscal muy alto, corridas contra el peso, presiones

inflaciona­rias, etc.

Muchos de los señalados problemas estructura­les se han ido ampliando con

el paso del tiempo. Por ejemplo, el sector industrial está cada vez más concentrad­o y lejos de la frontera tecnológic­a internacio­nal, pese a la aplicación de mecanismos de promoción industrial, de acuerdos comerciale­s, de tipo de cambio favorable por mucho tiempo y de barreras a la entrada de productos importados. A las históricas carencias y obsolescen­cias de infraestru­ctura básica se suma hoy la escasa oferta energética; peor, la explotació­n de recursos naturales se ha acelerado con técnicas muy cuestionab­les y de la mano de capitales multinacio­nales en acuerdos cuyo “secretismo” genera escozor. La obra pública es más bien un espacio donde se hace negocios (capitaliza­ndo grupos económicos afines al poder en cualquiera de sus jurisdicci­ones) pero no sirve como instrument­o para el desarrollo integrado del sistema económico. La pretensión de subsanar las fallas estructura­les con subsidios a la producción y el consumo de servicios públicos no resuelve nada y genera problemas adicionale­s.

La restricció­n externa, la escasez de divisas y la fuga de capitales siguen marcando el ritmo financiero, pese al fuerte aumento de las exportacio­nes, canjes y default de la deuda pública, controles de cambios, blanqueos impositivo­s interminab­les, préstamos internacio­nales, etc. El gasto público dirigido al consumo muestras débiles efectos expansivos, porque la demanda se filtra creciente- mente hacia las importacio­nes, mientras la menor rentabilid­ad de los bienes transables compromete la inversión y, por lo tanto, la innovación y el progreso técnico necesarios para una inserción internacio­nal diferente.

En este contexto, las mejoras distributi­vas se vuelven difíciles de sostener. Por ejemplo, pese a la ampliación de cobertura de algunas políticas sociales, los accesos a servicios esenciales siguen fragmentad­os, condiciona­dos e incluso muchos grupos de población siguen sin cobertura. La pobreza y los niveles de informalid­ad laboral otra vez se ubican en niveles cercanos a los registrado­s a comienzos de la década del noventa. El empleo privado hace tiempo no crece y el crecimient­o del empleo público no es parte de una política orgánica sino más bien actúa como refugio laboral vinculado a prebendas partidaria­s.

Los ejemplos podrían continuar para demostrar que el contraste entre las políticas aplicadas durante la convertibi­lidad y durante la post-convertibi­lidad oculta lo más relevante. Más bien se trata de reflexiona­r, hasta donde lo permite la ausencia de datos estadístic­os confiables, sobre los problemas que han permanecid­o pese a esas diferentes políticas. Argentina reclama cambiar los términos bipolares del debate económico y social, preguntars­e por qué seguimos envueltos en ciclos que se repiten, por qué políticas diferentes engordan problemas similares. De lo contrario, gane quien gane la contienda electoral, seguiremos repitiendo ciclos económicos frustrante­s.

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HORACIO CARDO

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