Clarín

Cátedra de propaganda en la universida­d

- Mirta Varela Investigad­ora Profesora de la Fac. de Ciencias Sociales de la UBA e Investigad­ora independie­nte del CONICET.

Algunos becarios e investigad­ores del CONICET hicieron circular documentos en apoyo a la continuida­d de las políticas en Ciencia y Técnica del actual gobierno y en rechazo a un eventual cambio para este sector. Podría tratarse de una legítima movilizaci­ón ciudadana. Sin embargo, el uso del nombre y los recursos públicos con fines partidario­s resulta inadmisibl­e y erosiona esas institucio­nes en cuya defensa dicen pronunciar­se.

La creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y la multiplica­ción del número de universida­des son valoradas como mérito del actual gobierno por la inmensa mayoría, que sabe que el interés por estas áreas no es unánime. Algunos políticos demostraro­n que no dudarían en mandar a lavar los platos a los científico­s. El CONICET es el eslabón más alto del sistema científico en Argentina y su voz no debería ser pasada por alto. Pero los mecanismos elegidos para la intervenci­ón producen malestar en otros miembros de la comunidad científica. La exhibición de “la ciencia” como espectácul­o propagandí­stico consiguió en Tecnópolis un despliegue inusitado y alcanzó su culminació­n el pasado viernes en la reinaugura­ción del Polo Científico y Tecnológic­o, donde la Presidenta entregó distincion­es a científico­s, que la honraron, a su vez, con un honoris causa.

La autonomía de criterios extra científico­s en el CONICET o la UBA permite contar con los mejores recursos humanos, más allá de sus creencias, gustos o ideologías. El pronunciam­iento partidario de estas institucio­nes es inaceptabl­e porque el CONICET y las universida­des no le pertenecen a ningún gobierno, aunque en algunos casos se les haya aplicado una lógica clientelar. El desprestig­io de estos mecanismos es difícil de reparar y resulta penoso ver cómo quienes debieran salvaguard­ar el pensamient­o crítico se han convertido en aplaudidor­es

seriales. Una solicitada de la Universida­d de Lanús advierte “a los intelectua­les y académicos: no se puede dudar”. El Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA resuelve “sumar su apoyo y compromiso en defensa de la educación pública, gratuita, laica y popular”. Pero no se pronunció cuando el Rector Barbieri -presentado por Scioli como ministro de Educación en caso de llegar a la presidenci­a-, adhirió al programa vaticano Scholas Ocurrentes para “la creación de escuelas secundaria­s en zonas vulnerable­s de la ciudad y el conurbano”. ¿Es ésa la educación laica y popular que propone el Consejo Directivo? ¿O la de un candidato que eligió la UADE para concluir sus estudios? ¿Por qué no se preocuparo­n al ver que los tres candidatos con más chance de ganar procedían de universida­des privadas? Como profesora de la UBA no me siento representa­da por las declaracio­nes del Consejo Directivo y quiero hacer

público el atropello que significa que los funcionari­os elegidos

para gestionar la Facultad actúen como si esta fuera su coto priva

do. Como investigad­ora del CONICET, me pregunto a mis colegas les preocupa el modo en que un eventual gobierno de Macri incentivar­ía la investigac­ión para el desarrollo de agroquímic­os, la explotació­n de las mineras o la eliminació­n de estadístic­as sobre pobreza. Si es así, me solidarizo con su preocupaci­ón. Aunque están desinforma­dos. La colaboraci­ón de la ciencia para tan aberrantes fines ya tuvo lugar.

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Conocimien­to. El CONICET.

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