Clarín

Casa por casa, un batallón de libros invadió una favela de Río de Janeiro

Por la Fiesta Literaria de las Periferias, se entregaron gratis para fomentar la lectura en zonas postergada­s.

- RIO DE JANEIRO. AFP

Invadieron una favela de Río de Janeiro. Pero esta vez no fue la policía, ni tampoco el narcotráfi­co. Son decenas de contadores de historias que puerta a puerta entregaron libros para fomentar la lectura en un territorio hostil a este hábito.

Y no sólo en las favelas es extraño encontrar a personas leyendo: es en los buses, metros o cafés de todo Brasil, que tiene 13 millones de analfabeto­s mayores de 15 años, más de 8% de la población total.

Millones más –otro 17,8% de la población– son analfabeto­s funcionale­s: conocen letras y números pero no comprenden lo que leen o no saben sumar ni restar.

Un 85% de los brasileños ve televisión en su tiempo libre, frente a 28% que prefiere leer diarios, revistas o libros, según un estudio realizado por la encuestado­ra Ibope.

Ana Livia Farias, una pequeña habitante de la favela Babilonia de Río de Janeiro, en las alturas de Copacabana, es una de ellas. “No sé, no me gusta leer. Prefiero ver tele”, dijo a AFP esta niña de 11 años.

Pero al pararse frente a varios cajones de madera llenos de libros, no resistió la tentación de echar un vistazo. Eran gratuitos, dispuestos para la población de Babilonia y la favela contigua Chapéu Mangueira, que acogieron la Fiesta Literaria de las Periferias (FLUPP), que se hace en Río desde hace cuatro años.

Julia Sabina, de 11 años, tiene en la mano “Minha Querida Assombraça­o” (Mi querido espanto) de Rodrigo Rosa y Reginaldo Prandi, y “O Beco de Sete Facadas” (El callejón de las siete puñaladas), de Carlos Mero.

“Un amigo sabía que los quería leer y me los guardó. Hoy empiezo. Soy adicta a la lectura, me devoro los libros”, señaló emocionada esta chica que está en sexto grado y pa- rece ser una excepción. Ana Livia se fue también con libro en la mano. “Voy a leerlo, claro”, prometió.

La FLUPP se organiza en comunidade­s pobres de Río, algunas de las cuales atraviesan un proceso de ocupación policial para acabar con el control que por décadas tuvo el narcotráfi­co en estas zonas, al menos gradualmen­te.

El festival incentiva la publicació­n de nuevos autores como Raquel de Oliveira, que escribió una novela autobiográ­fica sobre los tres años en que fue la mujer de un poderoso jefe del narcotráfi­co, hasta que éste murió en un sangriento choque con la policía.

“Existe una literatura negra, femenina, gay, surgiendo en las periferias de Brasil y eso lo considero importante porque trae nuevas voces y renueva la literatura brasileña como un todo”, explicó Ecio Salles, uno de los creadores de la FLUPP.

Por las escalinata­s de Babilonia, Bruno Silva de Fonseca, de 21 años, sube hasta la casa donde Aurea Elis da Silva (12) vive desde hace seis meses, tras llegar con su familia de Sao Vicente Ferrer, un pequeño pueblo del pobre noreste brasileño.

La modesta vivienda queda al final de un pasadizo húmedo y oscuro debido a los altos muros de las casas vecinas. Al entrar a la pequeña sala, Bruno, que es voluntario en un grupo de contadores de historias de una universida­d de Río, es recibido por un gigantesco televisor encendido.

Lo apagan, y el ruido del programa es sustituido por la lectura de un libro de poesía infantil. Hasta el perro Floquinho se queda quieto, atendiendo al relato.

Primero lee Bruno, y luego la niña. “Lee primero en tu mente, con calma y después poco a poco arranca”, le aconseja el estudiante. “Me encantan las rimas”, comenta Aurea riendo.

Los voluntario­s recorriero­n 450 casas de la comunidad para entregar libros a los habitantes, un hogar por cada año de la ciudad de Río.

Antes de irse de la casa de Aurea, Bruno le regala el librito. “Esta noche sigo con mi hermana”, promete la chica, que confiesa cierta preferenci­a por la televisión a pesar de los libros que toma prestados de una pequeña biblioteca en la comunidad.

El estudio del Ibope mostró que un 68% de los encuestado­s nunca vio al padre leer y un 63%, a la madre. Elisangela Nascimento, que lee poco o nada porque llega a casa agotada tras una larga jornada como empleada doméstica, asegura que siempre incentiva a sus hijas a leer. “Pero ahora me voy a unir, va a ser también bueno para mí apagar el televisor y sentarme con mis niñas a leer”, dice.

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Tres chicas eligen libros de una enorme estantería en la favela Babilonia, de Río.
AFP Festival de lectura. Tres chicas eligen libros de una enorme estantería en la favela Babilonia, de Río.

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