Messi volvió en un festival del Barça
Los catalanes desplegaron su mejor fútbol para arrollar a los locales y sacarles seis puntos de ventaja. Messi jugó poco más de media hora.
REUTERS El argentino empezó como suplente y jugó 34 minutos en el 4-0 del Barcelona al Real Madrid en el Bernabéu. Iniesta, la gran figura, se retiró aplaudido por los madridistas.
Todavía quedaban 13 minutos para que el partido concluyera. La goleada ya era una certeza: el 4-0 retrataba a esa altura lo que había sido el Superclásico de España. En ese instante, el del ingreso de Munir El Haddadi por el mago Andrés Iniesta, el Santiago Bernabéu -habitualmente hostil con los catalanes- se rindió por un instante: ofreció pleitesía al peladito de Fuentealbilla. Y en esos aplausos repetidos había otro mensaje sin querer: el Real Madrid aceptaba al Barcelona como el puto amo -al decir de Pep Guardiola- de esta edición del encuentro más universal del fútbol de este tiempo.
El partido continuó luego, pero estaba terminado en casi todos los sentidos. Ya era verdad el título gigante que Marca le ofreció al partido: “Crisis Real”. Ya era cierto lo que luego sintetizó Mundo Deportivo: “Sinfonía espectacular del Barsa y concierto de pitos para el Real Madrid”. El oro del gigante catalán y el barro de la Casa Blanca.
No pareció -salvo en algunos tramos breves- un enfrentamiento entre el líder y su escolta; tampoco un duelo tradicional con un historial larguísimo y parejo. Nada de eso: Barcelona - sin Messi y con Messi- lo ganó de punta a punta. Sin vueltas, sin tropiezos. Como para justificar los seis puntos de ventaja que ahora le sacó en lo alto de la tabla. Como para que cualquier hincha de River -posible rival en el Mundial de Clubes de la FIFA, en diciembre- inhiba sus expectativas de gloria en Japón.
Dos goles en cada tiempo, 58 % de posesión, 16 tiros al arco. Deta- lles de un equipo que demostró bajo el cielo de Madrid que atraviesa un momento inmejorable. Desde el arco (con Claudio Bravo, otra vez una garantía) hasta los suplentes. Con un detalle de asombro que también habla del rendimiento colectivo: desde la lesión de Messi, Barcelona obtuvo un mayor porcentaje de puntos.
Asistencia de Sergi Roberto, definición de Luis Suárez. Pase impecable de Iniesta, resolución implacable de Neymar. Antes de esas dos últimas escenas de los primeros dos goles, el Barcelona brindó su habitual construcción de juego, de distracción, de pases precisos, de presión para recuperar pronto la pelota. Real Madrid, en simultáneo, lucía como su astro Cristiano Ronaldo: desconcertado, perdido, enojado.
A los ocho minutos del segundo tiempo, sucedió un gol para guardar en la historia: lo ideó Iniesta, lo decoró un taco de Neymar y la definición fue de aquel mediocampista que le dio el gol del título mundial a toda España, el que ayer Luis Enrique definió como “Patrimonio de la Humanidad”. Tres a cero. Lo más parecido a un nocaut. Y quedaban algunos rounds.
Y como si no fuera suficiente tanto regodeo, tres minutos después, el Barcelona ponía en el campo de juego al mayor verdugo de la historia del Real Madrid, Lionel Messi, ese estigma autor de 21 goles en la vida del Superclásico. Justo en el día de su regreso, tras la lesión sufrida el 26 de septiembre. Jugó con las libertades que las circunstancias le permitían. Se tiró atrás, fue más armador pensante que delantero explosivo, priorizó la gestación a la definición.
De todos modos, el crack rosarino merodeó el área ajena en varias oportunidades, pero no le quedó ninguna pelota limpita para definir. Eso sí, marcó el desequilibrio en la jugada del cuarto tanto: apareció en tres cuartos de cancha rival, gambeteó, amagó y le puso un pase estupendo a Neymar. El resto, un toque de distinción del brasileño y una definición de Suárez. Para que el uruguayo grabara su apellido en la historia: llegó a los 40 goles en el Barcelona y superó a Maradona y a Romario. A los costados de la escena feliz de los blaugranas festejando, un estadio inmenso y repleto mostraba pañuelitos blancos y gritaba “Florentino dimisión”. Era un mensaje para el presidente Pérez. También el modo de admitir esa goleada colosal.