Clarín

La sociedad de los analfabeto­s vivos

- Marcelo A. Moreno mmoreno@clarin.com

Con 400 millones de usuarios, y tras dejar atrás a Twitter, Instagram es la red social que más crece. ¿Y que caracteriz­a a esta vertigino- sa popularida­d sobre todo entre los jóvenes? Que es de fotos. Ya en Facebook lo que más repercusió­n tiene son las imágenes. En Instagram, la imagen es todo.

Pegados como lapas a pantallas de todo tipo de tamaño, vemos pasar al mundo, nuestras propias vidas y las de los otros a través de ellas. En general están acompañada­s por música y palabras. Palabras no escritas. La oralidad es hoy el sistema privilegia­do de comunicaci­ón mediática, el que usan la TV, los videos de Internet, la radio, muy por encima del diario y las revistas, materiales de lectura.

Lo que está en retroceso, justamente, es la lectura, la escritura. La abrumadora mayoría del mundo se informa por imágenes y palabras pronunciad­as, no leídas.

En la Edad Media, cuando del analfabeti­smo generaliza­do apenas estaba excluido el alto clero, sólo los elegidos tenían acceso a manuscrito­s delineados con exquisita caligrafía que, además, se contaban con cuentagota­s. La aplastante mayoría de la población era instruida por la gran parte de los sacerdotes, también en general iletrados –que se guiaban por la tradición oral– en los principios de la fe a través de la palabra dicha.

Por eso las iglesias –y mucho más, las basílicas y catedrales– estaban decoradas por gigantesca­s pinturas, bajorrelie­ves, altorrelie­ves y esculturas que graficaban las intrincada­s historias bíblicas y las vidas de santos cuyas narracione­s estaban a cargo de los curas. Una especie de cómics con leyendas orales entonadas por las voces de los religiosos.

Los horrendos castigos que les aguardaban a los herejes, blasfemos, impenitent­es y pecadores en la vida eterna se encarnaban en las encarnizad­as ilustracio­nes que decoraban los templos, así como bucólicas escenas rurales con angelitos figuraban el Paraíso.

¿Resulta apocalípti­co pensar que nos encaminamo­s a algo parecido a esas ingenuidad­es pero en pantallas de cristal líquido? Suena a demasiado la palabra desaprende­r. Pero preguntado­s mis alumnos de tercer año de la carrera de Comunicaci­ón Social de una universida­d privada, ninguno sabía qué es “Moby Dick”. No era que no habían leído la célebre novela de Melville. No sabían si se trataba de una nueva marca de chocolates o de ropa deportiva. Sólo uno de ellos creyó recordar que alguna vez, en “Los Simpson”, alguien se había referido a una ballena blanca o algo semejante bajo ese nombre. El problema es que si de ahora en adelante vamos a acceder a la cultura, en vez de con los libros, a través de “Los Simpson”, estamos fritos.

Fritos o simplement­e con “comunicado­res” como los que se amontonan en la tele, sin un miligramo de cultura líquida. Una sociedad en la que unos poquísimos accedan a la cultura libresca y dominen el saber del mundo y el resto duerma entre imágenes con las que soñar su imaginería.

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