Clarín

La nueva vida de Lucas

Es el chico que terminó la primaria pese a tener que vivir en un auto. Clarín reveló su historia en diciembre y los gestos de solidarida­d no pararon. Su familia consiguió casa y trabajo. Y él se divierte como nunca.

- Gisele Sousa Dias gsousa@clarin.com

Es el chico que terminó la primaria pese a no tener casa y dormir en un auto. Despertó un aluvión solidario. Ya tiene vivienda, trabajo para su mamá y disfruta el verano en la pileta de Argentinos Juniors.

Lucas, su mamá y sus hermanos vivieron seis años adentro de un Peugeot 505 color champagne. Era un auto fundido que un vecino de Villa Urquiza les dejó usar como guarida, pero no fue un lugar de paso: en sus butacas, Lucas y su hermana melliza dormían y hacían la tarea. Y en esas mismas butacas, encajonada contra el volante, su mamá pasó un embarazo completo. Su recuerdo del invierno es extremo pero también el del verano: apenas amanecía, huían del auto “para no morir calcinados” y, con las monedas que tenían, compraban una sola gaseosa en una estación de servicio que les permitía quedarse ahí durante horas, disfrutand­o del aire acondicion­ado. Desde hace un mes, sin embargo, cuando la historia de Lucas se hizo pública, sus vidas dieron un vuelco: consiguier­on un hogar, los invitaron a conocer el mar, van a viajar en avión y ahora el club de sus amores no sólo les deja usar la pileta: los convirtier­on en socios honorarios.

Lucas Cesio está por cumplir 13 años y llega al club Argentinos Juniors como llega un famoso. Tiene malla nueva –se la regaló Lautaro Rinaldi, jugador del club– y los chicos de su edad frenan para saludarlo. No son amigos del colegio ni nada de eso: “Lo conozco de la tele, es un capo”, dice uno de ellos mientras lo escoltan hasta la pileta. Después de que su historia fuera la tapa de Clarín, Lucas, hincha de “El Bicho” de toda la vida, fue nombrado socio honorario del club y por eso acaba de salir, alucinado, de un salón al que ningún chico común puede entrar: el de las copas, las placas y las camisetas enmarcadas. En breve le llegará otro regalo: “Ojeda –el arquero, su ídolo máximo– está de vacaciones en México, pero ya me dijo que me va a mandar los guantes”, dice con simpleza de niño, como si hubiera hablado cien veces con el tal Ojeda.

En este mes, la ayuda llegó de todos lados: el gobierno porteño les empezó a pagar un hotel en Constituci­ón, a Marisa le ofrecieron y aceptó un trabajo en McDonald’s y sólo bastó que Lucas dijera por radio que quería ser mecánico y que le encantaba una camioneta de Toyota para que lo llevaran a conocer la planta y lo dejaran subir a los autos del Dakar. La gente de la automotriz, además, prometió hacerles un regalo por mes hasta que termine el secundario. Este mes le harán las compras del supermerca­do; el que viene, sumarán los útiles escolares de los cuatro hermanos.

“¡Y voy a viajar en avión por primera vez!”, interrumpe Lucas. Es un viaje simple: no se lo regaló una aerolínea sino un anónimo conmovido con su vida. Irán todos hasta la isla Martín García. “Además vamos a conocer el mar”, dice. No irán al

Caribe: los invitaron un fin de semana a Mar del Plata, a conocer el mar. El perfil de Facebook que una mujer abrió para ayudarlos también tiene ofertas de gente común: “Soy mecánico, si querés te enseño de fierros”, dice uno. “Somos de San Juan, los invitamos a pasar las vacaciones”, dice otro. “Hola, yo le puedo regalar mis libros a Lucas”.

Al lado, Marisa, su mamá, hace un silencio, se emociona. “Una señora, además, nos invitó a pasar Navidad con su familia”, cuenta. Marisa había tenido otra vida: conoció Europa y se fue de viaje de egresados. Pero después, le faltó

familia: su mamá se enfermó, a su papá apenas lo veía y terminaron vendiendo la casa propia. Los padres de los chicos mayores (son de papás diferentes) desapareci­eron y el Estado, en vez de ayudarla, la citaba una y otra vez cuestionan­do su capacidad para criarlos. “A veces, en el auto, Lucas me preguntaba, ‘mamá ¿por qué nos pasan estas cosas?’ Y yo le contestaba: ‘Nos pasan estas cosas porque podemos superarlas. No tenemos un techo

pero somos una familia, somos más ricos que mucha gente’, le decía. Después, cuando los chicos dormían, apoyaba la frente en el volante y lloraba en silencio.

Ahora Lucas se mete a la pileta y parece igual a todos esos chicos. Pero no lo es. Es probable que cualquiera de su edad busque informació­n en Google para hacer la

tarea; Lucas no tiene computador­a y pasó años haciendo los deberes en el auto o en el palier de una casa cualquiera, bajo un farol. Así logró terminar la primaria. Ahora tam

bién tienen una cuenta bancaria en la que gente desconocid­a les de

posita dinero. Pero ni saben cuánto hay. Saben, sí, que no deben romper las reglas que los salvaron: así como antes salían “de recorrida” y repartían las facturas viejas con los que tampoco tenían para comer, ahora que tienen tres televisore­s nuevos hicieron lo mismo: le regalaron uno a un nene que vive en el mismo hotel que ellos.

Es que Lucas y sus hermanos no sólo durmieron en el auto fundido. Durmieron sentados y abrazados a sus mochilas en los pasillos del hospital Pirovano. Durmieron en una Traffic, con la complicida­d de un mecánico y sin que el cliente se entere. Durmieron en un parador municipal y tuvieron que bloquear las puertas con los colchones porque tenían pánico de que los atacaran para cobrarles el “derecho de piso”. Después de todo eso, es la forma que tiene Lucas de contestar lo que hace sentir un bobo al que le pregunte: “Lucas, ahora que podés dormir en una cama, con un ventilador, ¿qué te pasa cuando cerrás los ojos? ¿Soñás? ¿Llorás? ¿Agradecés?”. Y el responde: “No. Ahora cuando cierro los ojos, duermo”. Y vuelve a tirarse, feliz por fin, a la pileta.

No puedo creer que podemos venir todos a la pileta del club, conocer a los jugadores y que tenemos donde vivir bien. Para mí el hotel ya es mi casa”.

Lucas Cesio A veces Lucas me preguntaba, ‘mamá ¿por qué nos pasan estas cosas? Y yo le contestaba: ‘Nos pasan estas cosas porque podemos superarlas”.

Marisa, mamá de Lucas

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DIEGO DIAZ
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DIEGO DIAZ ?? Nuevos amigos. Lucas (adelante), ayer a la tarde en la pileta de Argentinos Juniors. Las autoridade­s lo hicieron socio honorario junto con toda su familia.
Fotos: DIEGO DIAZ Nuevos amigos. Lucas (adelante), ayer a la tarde en la pileta de Argentinos Juniors. Las autoridade­s lo hicieron socio honorario junto con toda su familia.
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Hincha. Lucas, fana del Bicho. Ayer fue al salón de trofeos y recuerdos.
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Felicidad. El chico de 12 años disfrutó ayer de su primer día de pileta.

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