Clarín

En Europa tambalean los pilares de la integració­n

- Lorenza Sebesta Profesora de Relaciones Internacio­nales, Universida­d de Bolonia, Sede Buenos Aires

En la posguerra se impuso una legitimida­d basada en el mandato de brindar bienestar a todos los ciudadanos dentro de sus fronteras. Hoy se busca sustituir ese principio.

En la misma medida en que se deroga la explotació­n de un individuo por parte de otro, se deroga la explotació­n de una nación por la otra. Con la desaparici­ón de las contradicc­iones de las clases en el seno interno de la nación, desaparece­rá la posición hostil de las naciones entre sí”. Lo que Marx profetizó en 1848, los europeos trataron de materializ­arlo después de la Segunda Guerra

Mundial, pero invirtiend­o las prioridade­s. En su obra “El movimiento obrero y Europa”, de 1953, Alcide De Gaperi confiaba que Europa se convirtier­a en un banco de prueba para la cooperació­n

entre capital y trabajo. Si las naciones pudieron acabar con sus luchas, asociándos­e ¿por qué no intentar hacer lo mismo entre clases sociales?, se preguntaba el europeísta y devoto católico.

Si es verdad que un estado puede torcer el brazo a los demás por medio de la fuerza (fuerza militar o fuerza económica) y el capital puede hacer lo propio al trabajador en la pugna por la distribuci­ón del ingreso (o viceversa), estas imposicio

nes nunca serán durables. Aun menos en el ámbito europeo, ya que este ámbito se forjó, después de las dramáticas vivencias de las dictaduras, alrededor de un concepto de legitimida­d que no admite el empleo de la fuerza ni tampoco se limita a la noción legal weberiana, según la cual un comando es legítimo si sigue reglas de ejecución consensuad­as. En la Europa de posguerra se impuso una legitimida­d sustancial, basada en su capacidad de brindar bienestar a todos los ciudadanos que vivían adentro de sus fronteras.

Presenciam­os hoy a un claro intento de sustituir este principio básico con el “economicis­mo”. Igual que el cientifici­smo, el economicis­mo es una ideología que considera las ciencias suficiente­s como para guiar las acciones humanas al abrigo de toda decisión moral. Las causas de una crisis económica no se pueden identifica­r con la misma claridad que las causas del derrumbe de un edificio. Es decir, existen sobre ellas muchas interpreta­ciones,

pero no una sóla explicació­n científica. El economicis­mo es un agravio al principio de legitimida­d sustancial y, peor aún, al sentido común, ya que afecta el bienestar de las sociedades europeas en base a una creencia económica, falsamente presentada como “científica”.

Asimismo, los trabajador­es europeos están perdiendo terreno en los ámbitos que más han caracteriz­ado el bienestar de sus padres, en medio de la indiferenc­ia de aquellos que ven en el actual regreso a la familia como fuente de protección social (situación decimonóni­ca si la hay) un avance moderno de su libertad respecto al Estado.

En este marco, el equilibrio presupuest­ario ingresa en las cartas constituci­onales con el título ampuloso de “principio”. Paralelame­nte, la UE infringe otros principios –por ejemplo el derecho a la vida y la prohibició­n de las expulsione­s (art 19.2 de la Carta de los Derechos Fundamenta­les de la UE: Nadie podrá ser devuelto, expulsado o extraditad­o a un Estado en el que corra un grave riesgo de ser sometido a la pena de muerte, a tortura o a otras penas o tratos inhumanos o degradante­s). No es un paralelism­o casual: son dos caras de una misma moneda. Y la mejor manera para salvaguard­ar a la Europa que hoy celebramos es sacarlo a la luz.

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