Un clásico con aciertos
En el marco de una eficaz ambientación, la obra de Puccini se desarrolla con dinamismo, con varios puntos altos.
POR QUE SI Con una realización musical meritoria, la puesta logra combinar agilidad con picos emotivos.
La Bohème Música Giacomo Puccini Libreto Giuseppe Giacosa y Luigi Illica Director escénico Mario Pontiggia Director musical Carlos Vieu Sala Teatro Argentino de la Plata, función del sábado 7. Laura Novoa Especial para Clarín
La Bohème finalmente se estrenó en el Teatro Argentino de La Plata y abrió la temporada lírica. La ópera de Puccini iba a cerrar la actividad del 2015, bajo la gestión de Valeria Ambrosio, con la régie de Ricky Pashkus. Pero después de muchas idas y vueltas, Pashkus renunció y la ópera quedó sin estrenar.
El reconocido réggiseur Mario Pontiggia (también responsable del vestuario) se hizo cargo entonces de la puesta anterior y retomó los lineamientos generales sobre los que se venía trabajando. La presente realización se desarrolla en París, en el año 1830, con espacios exteriores e interiores bien delimitados.
La buhardilla, que abre y cierra esta obra, que se desarrolla en cuatro actos, tiene dos niveles: el inferior, donde sucede la acción, y una parte superior, que consiste en un área de descanso, con grandes ventanales en los techos. La escalera que conecta ambos niveles le brinda un ritmo particular al cuadro. A pesar de lo recargado -necesario e ineludible pastiche parisino-, el cuadro del Momus, el café en el que transcurre parte de la acción, tiene un gran atractivo. Se ve muy equilibrado y el vestuario aporta una plasticidad extra.
La ambientación de los distintos cuadros contó con una escenografía eficaz (María José Besozzi), y la iluminación (Gabriel Lorente) colaboró especialmente con el clima logrado de cada cuadro: la coloración ámbar y cálida del Barrio Lati- no contrastó con el frío azulado del tercer cuadro, en el que se recorta la ventana del cabaret iluminada de rojo intenso. Ambos cuadros sorprendieron como preciosas postales teatrales.
La dirección clara y dinámica de Pontiggia apuntó a la frescura y juventud de los personajes y eludió poner el acento en los elementos trágicos de la pobreza y la miseria.
La interacción del cuarteto de protagonistas masculinos fue exce- lente. El ritmo de sus movimientos escénicos fue adecuado y siempre ágil.
Las voces en este segundo elenco son buenas, pero no demasiado grandes. Aunque no hay figuras estelares, Marina Silva ( Mimí) logró un arco emocional de gran impacto: del candor de Sí, me lla
man Mimí, pasó a la profundidad de la tercera escena, con amplios matices en los momentos del dúo; y luego moduló a la naturaleza trágica de la última escena.
Menos convincente resultó, en cambio, Juan Carlos Vassallo (Rodolfo). Con poca flexibilidad actoral, y una voz que no corre bien en los agudos -superó con profesionalismo un traspié inicial-, su personaje no siempre estuvo bien definido. Por su parte, Constanza Díaz Falú (Musetta) fue más que convincente en el papel de la chica coqueta y pícara.
La sólida actuación de Gustavo Gibert (Marcello) se complementó estupendamente con la dupla de Alberto Jáuregui Lorda ( Schaunard) y Emiliano Bulacios (su Colline sonó vigoroso aunque suave y expresivo). Fernando Álvara Núñez (Benoit) y Luciano Miotto (Alcindoro) aportaron chispa con sus actuaciones ágiles.
La realización musical fue más que meritoria bajo la dirección de Carlos Vieu, aunque el balance entre orquesta y solistas no siempre resultó equilibrado. Los coros Estable y de Niños preparados por Hernán Sánchez Arteaga y Mónica Dagorret tuvieron un buen desempeño.