Clarín

Macri ya no es el mismo que asumió

- nobo@clarin.com Eduardo van der Kooy

El ingeniero escucha los consejos de su equipo, pero siempre lauda en sintonía con su forma de pensar. La ley antidespid­os fue sólo una salida imaginativ­a durante el gobierno de Eduardo Duhalde.

No me jodan con la caída de la imagen. Voy a seguir tomando las decisiones que me parezcan bien”. Mauricio Macri fue cortante, los últimos días de la semana pasada, delante de algunos ministros y asesores que le plantearon objeciones por el embrollo político que le provoca al Gobierno el rechazo tajante a la ley antidespid­os.

Aquellos funcionari­os parecieron detectar en ese instante dos mutaciones en la personalid­ad del Presidente entre la larga y difícil campaña electoral y estos primeros meses complejos de gestión. La primera: para Macri los sondeos de opinión pública eran hasta no hace mucho casi una Biblia. Ya no lo serían. La segunda: el ingeniero continúa escuchando los consejos de su equipo, también delibera, pero siempre lauda en sintonía con su forma de pensar. Como si empezara a creer bastante más en sí mismo que en los demás.

Una percepción casi idéntica recogió un periodista de rating que mantuvo con el Presidente una conversaci­ón informal. El hombre no había hecho pronóstico­s optimistas al producirse el traspaso del poder. Sobre todo por el peso de la herencia que dejaba el kirchneris­mo. “Dijiste que no íbamos a poder levantar el cepo y lo hicimos. Dijiste que no íbamos a cerrar el acuerdo con los holdouts y también lo hicimos. Ahora me corrés con que no vamos a poder bajar la inflación. En agosto, más o menos, lo vas a ver. Espero que lo reconozcas en público”, desafió Macri.

La convicción de Macri sobre el rumbo adoptado pareciera, sin embargo, encontrar una dificultad. Los caminos políticos explorados para llegar al objetivo asomarían demasiado empedrados y riesgosos. Como si al Presidente no le importara cargar la mochila del costo sobre sus espaldas y sobrevalor­ara, a lo mejor, las herramient­as institucio­nales que dispone. Su imagen pública ha descendido, según la unanimidad de los sondeos. Entre 5 y 8 puntos. Pero la expectativ­a social, pese al momento del severo ajuste económico, se mantendría elevada.

Esa sería la plataforma sobre la que se anclaría Macri para hacer lo que hace. Confiando en la llegada de épocas de mayor prosperida­d. El deseado segundo semestre.

El interrogan­te que siembra temor en Cambiemos –pero que no conmovería aún al Presidente– radicaría en conocer las defensas políticas que poseería el oficialism­o si aquella prosperida­d se demo- ra en llegar. O llega con menor intensidad que la prometida.

La confianza indujo a Macri a detonar una pelea de dimensión, tal vez, innecesari­a. Convirtió la ley antidespid­os en un reto simultáneo contra el sindicalis­mo y todo el arco opositor. Ni muchos de los opositores están convencido­s de la eficacia de la medida en ciernes. Pero observan la oportunida­d de propinarle la primer derrota política de tamaño al Gobierno.

La ley antidespid­os fue sólo una salida imaginativ­a durante el gobierno de Eduardo Duhalde, cuando el país estaba sumergido en una emergencia. Nació en un contexto de pacto político-social que contó con el paraguas de la Iglesia. Y tuvo un estímulo inocultabl­e: el pánico de la sociedad y los empresario­s a otro desbarranc­o. El reglamento fue prorrogado varias veces por Néstor Kirchner, sólo como un envejecido reflejo argentino. En ese tiempo no hubo despidos y se generó empleo porque la economía comenzó a crecer, entre otras razones, por influjo de un marco internacio­nal que alineó los planetas a favor de las naciones emergentes. Pero todo eso es historia.

El Presidente se ha tentado con llevar las cosas a un extremo. Denuncia que la sanción de la ley antidespid­os atentaría contra las inversione­s en la Argentina. Según su óptica, motor indispensa­ble para el despegue económico. En ese tópico fijo tendría razón. Pero la llegada de capital externo productivo se podría concretar cuando el país gane en confiabili­dad. Eso no depende, ni por asomo, de una sola cuestión. Tampoco ayudaría a generar aquel ánimo el forcejeo permanente entre el Gobierno y la oposición por una ley que, de verdad, solucionar­ía poco y nada.

Desde que el Senado, por amplísima mayoría, dio media sanción a la ley antidespid­os, el Gobierno parece condenado a correr los acontecimi­entos desde atrás. Gabriela Michetti, la vicepresid­enta, demoró todo lo que pudo la remisión del proyecto a Diputados. Allí, el titular de la Cámara, Emilio Monzó, desenrolló varias propuestas sobre el tema para intentar empastar la maniobra opositora. Pero otra vez el macrismo halcón le echó combustibl­e al fuego.

El Presidente, Marcos Peña, su jefe de Gabinete, y Rogelio Frigerio, el ministro del Interior, machacaron con la inevitabil­idad del veto en caso que la ley antidespid­os sea sancionada en Diputados con la matriz del Senado.

El Frente para la Victoria (FpV) pidió una sesión especial para mañana. Deberá cosechar los dos tercios. El PJ anunció que en caso de existir el veto presidenci­al el Congreso insistirá cada semana para darle vigencia a la ley. Un recurso que poseen los legislador­es. Una promesa de martirio político para el macrismo. Escalada que no parecería tener fin.

En medio de esa turbulenta escena Macri realizó otro par de ensayos, que sonaron a necesidad por la ocasión. Juntó al empresaria­do de primer nivel que firmó un compromiso para mantener los puestos

de trabajo durante 90 días. Tres meses menos que lo que estipula la ley antidespid­os. El sindicalis­mo se abstuvo. Ayer mismo comunicó beneficios para las pequeñas y medianas empresas, que rechazan la doble indemnizac­ión que establece la norma opositora. Habría descuentos en Ganancias para los empresario­s que inviertan. También la posible devolución del IVA. Todo, destinado a bajar costos laborales. Los empresario­s de las pymes recibieron tales novedades con iguales dosis de entusiasmo e incredulid­ad.

¿Por qué motivo? Por varios. El anuncio habría resultado tan improvisad­o que el ministro de Producción, Francisco Cabrera, confesó que el Gobierno debe todavía terminar de elaborar el proyecto. Esa propuesta tendrá, por otro lado, que desfilar por los laberintos de un Congreso transforma­do en una muestra de trincheras políticas. El macrismo sería propietari­o sólo de una de ellas. El resto habrían sido acaparadas por la oposición.

A Macri la batalla por la ley antidespid­os le va desgranand­o aquella coalición parlamenta­ria con la cual debutó su Gobierno, que permitió el vital acuerdo con los fondos buitre. De ese armado sobresalen ahora dos pleitos. Uno, con el bloque justiciali­sta disidente. Diego Bossio, su cabeza visible, se sumó al FpV para reclamar la sesión especial de mañana. El otro, envuelve a Sergio Massa. El diputado del Frente Renovador estaría entre la espada y la pared: queda en esta encrucijad­a de Macri como su posible socorrista o se termina acoplando a las demandas de los K.

La cuestión sería para él aún más enrevesada. Su bloque está virtualmen­te partido en tres por la ley antidespid­os. El sector gremial la apoya; el empresario la rechaza y muchos de los políticos rasos pretenden simplement­e sopapear a Macri. Sacarse un gusto.

Las chicanas entre Macri y Massa estarían a la orden del día. El ex intendente de Tigre avala en Corrientes una fórmula (Camau Espinola–Nito Artaza) para desbancar el año que viene al radical Arturo Colombi en Corrientes. Los socios del PRO braman. María Eugenia Vidal, gobernador­a de Buenos Aires, cenó hace días con Florencio Randazzo. Ex ministro de Interior y Transporte de Cristina Fernández, con quien terminó enemistado. El pejotismo apostaría a él para las legislativ­as del 2017. Una complicaci­ón objetiva en la carrera bonaerense de Massa. Simple devolución de favores.

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Presidente Mauricio Macri.
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