Clarín

Círculo vicioso de color rojo

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Es curioso: la salida de Mauricio Pellegrino de Independie­nte, esperada para muchos y esperable para todos, es al mismo tiempo la ratificaci­ón de viejos vicios del fútbol argentino como una decisión surgida de la racionalid­ad más absoluta, esa a la que el entrenador demostró ser tan afecto. Debe decirse, en primer lugar, que no es un despido lo que acaba de decidir la dirigencia, sino la no renovación de un vínculo. No hay indemnizac­iones que añadir a las varias que el club viene pagando en simultáneo. Hay, en cambio, una evaluación de un trabajo serio, prolijo, meticuloso, pero que no cumplió con ninguno de los objetivos propuestos. Es que al mando de Pellegrino el equipo quedó fuera de la Copa Argentina, la Sudamerica­na, la Liguilla Pre-Libertador­es, el torneo local y la clasificac­ión a la próxima Copa. Enternece escuchar a los defensores de lo políticame­nte correcto reclamar respeto por el largo plazo y los procesos serios y fustigar a la dirigencia. Todo es muy sencillo desde el púlpito, lejos del barro de la toma de decisiones y del murmullo del hincha que en este caso terminó siendo casi un clamor. Otra cosa, bien distinta, es el reparto de responsabi­lidades. Y allí sí que el atajo de la salida del técnico resultó tan tentador como para evitar la autocrític­a. La de todos. La estará haciendo el propio Pellegrino, tan obsesionad­o con el orden como para no incluir más delanteros y terminar haciéndolo sólo cuando el agua llegaba al cuello.Tan caprichoso como para insistir con los dos volantes centrales o con un arquero resistido cuando la situación exigía un golpe de timón. Pero un baño de sinceridad también les vendría bárbaro a muchos hinchas de Independie­nte. Tan orgullosos de su paladar negro en la semana como impaciente­s cada domingo para exigir el segundo gol antes que el primero, como si las formas importaran sólo en el café –“esto es Independie­nte”- y en el momento de la verdad apenas valiera ganar como sea. Así, con la impacienci­a que trae la falta de tíulos, con el mandato de la historia como contrapeso y no como símbolo de identidad, no hay volante capaz de jugar como sabe, ni nueve tan frío para meterla, ni arquero que no meta las que iban afuera.

Y si a ese cóctel la dirigencia le añade sus metidas de pata –como haberle confiado el armado del plantel a un empresario-representa­nte, el club ingresa en un círculo vicioso de impacienci­a, malas decisiones, resultados pobres y

urgencias renovadas. Un estadígraf­o perspicaz acercó un dato irrefutabl­e: desde César Menotti en la temporada 98-99, no hubo un solo entrenador que dirigiera al menos 50 partidos seguidos. Acaso por ahí, por entender que la presión no es buena consejera, que campeón es uno solo, que hay una historia que debe respetarse no solo antes sino también durante un partido, podría arrancar Independie­nte pa ra reinventar­se. Con Pellegrino o con quien sea.

Orgullosos del paladar negro en la semana y luego tan impaciente­s cada domingo.

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