Clarín

Ser hincha de un equipo chico

- Eduardo Castiglion­e ecastiglio­ne@clarin.com

De todas las dificultad­es que ofrece el fútbol, al jugarlo, escribirlo, estudiarlo, dirigirlo, discutirlo y amarlo desmesurad­amente por seis décadas, nada es más complicado, al menos para este hincha de equipo chico y pobre, que poner en valor los recuerdos. Es probable que a simpatizan­tes de otros clubes parecidos a Atlanta les suceda lo mismo. Se sospecha que si un sesentón de Platense le habla del Mono Petti a un adolescent­e, éste crea que la referencia es a un simio pequeño. Que en una reunión de feligreses del Deportivo Morón, algún descolgado de poco recorrido considere que el Peludo Gigliani, enorme delantero de los 60, es un animal en extinción. O Defensores de Belgrano, donde alguien careciente de años mejores desconozca la historia de próceres como Chitti, Busti y Gigli, creyendo que son segundas marcas de indumentar­ia deportiva italiana.

Nos pasa a los veteranos del Bohemio cuando debemos explicar que el Manija Puntorero fue un volante derecho excepciona­l y no un oficio para rebuscárse­las en alguna changuita. Que hubo tiempos de gloria cuando los arqueros en Villa Crespo eran Néstor Errea y Hugo Gatti y no algún ignoto reciente, de apellido vasco, al que se le cayó la pelota de las manos en un partido decisivo.

Y que existió Luis Artime (padre), que clavó 50 goles en 67 partidos importante­s de Primera, allá a fines de los cincuenta y en los tempranos sesenta, in-com-pa-ra-ble con otros que se besaron mucho la camiseta, pero apenas la metieron en la humilde Primera B.

Paciencia. Y pases cortos. Es lo que hay.

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