Clarín

La inestabili­dad política llegó para quedarse

- Carlos Pérez Llana Universida­d T. Di Tella y Siglo 21

En Brasilia comenzó la cuenta regresiva. Dos relatos competirán a partir del voto del Senado: golpe o fin de régimen. El “velo ideológico” pondrá el cursor en alguna de ellas. Pero lo más apropiado es razonar en términos de escenarios partiendo de un dato: la inestabili­dad política llegó para quedarse. Desde esa perspectiv­a, los “futuros probables” del vice presidente Michel Temer en ejercicio de la presidenci­a son: lograr estabiliza­r la polí-

tica y la economía, o fracasar y confluir en elecciones generales anticipada­s.

El nuevo gobierno, formado por una clase política co-responsabl­e de la crisis moral, política y económica, enfrenta dos desafíos: la economía y la política. Volver a crecer consumiend­o menos e invirtiend­o más, partiendo de un ajuste, no es tarea sencilla para un presidente sin legitimida­d de origen que debe seducir a los mercados y a la sociedad.

Políticame­nte, el nuevo gobierno será monitoread­o por tres actores centrales: el Poder Judicial, el “lulismo” y la calle.

Los Jueces segurament­e no se detendrán. Ellos tienen en la mira al gobierno y a la oposición. El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y sus principale­s socios están en la pantalla. En el seno de la sociedad, al “sistema PT” una mayoría lo condena moralmente. Pero Lula sigue contando con un tercio de simpatizan­tes, por eso no puede equivocars­e si pretende volver. La apuesta es clara: el fracaso del nuevo equipo y la convocator­ia a elecciones anticipada­s. El “liderazgo moderador” del ex presidente se pondrá a prueba: deberá evitar ser arrastrado por no pocos sectores de la izquierda que están razonando en términos anti-sistema.

Ellos creen que la democracia sirve sólo si gobiernan. En verdad están en una encrucijad­a estratégic­a: se mantienen en el espacio reformista o abrazan, una vez más, la utopía regresiva. Este dilema no está instalado sólo en Brasil.

Cuando en América Latina los populismos están abandonand­o el poder, la radicaliza­ción es una tentadora excusa para no hacer la autocrític­a de sus fracasos.

Las posibilida­des de éxito para el nuevo presidente están muy acotadas. No posee una imagen favorable y no ignora que su alianza de gobierno es precaria: la galvaniza el temor a las elecciones anticipada­s, porque no tiene un candidato capaz de derrotar a Lula y al PT, salvo que este sea juzgado, algo no descartabl­e. Proyectand­o el presente, esa posibilida­d se le abriría a Marina Silva, una candidata que proviene del mundo de la pobreza, con un pasado intachable y que se retiró del gobierno de Lula defendiend­o la causa medio ambiental.

Los plazos históricos de la nueva administra­ción nacen al borde de la prescripci­ón. En octubre hay elecciones municipale­s. Por esa razón numerosos sectores de la sociedad civil, y algunos empresario­s, quieren acelerar los tiempos para que en las urnas se elija también un nuevo presidente.

Unos quieren que “se vayan todos”, otros saben que Michel Temer difícilmen­te garantice la gobernabil­idad que se requiere para encarar la necesaria reformulac­ión del aparato productivo brasileño.

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