Clarín

Cambiemos, aprender a construir juntos

- Susana Decibe Socióloga, ex ministra de Educación, Ciencia y Tecnología

Fueron las fallas de la política las que en estos últimos 30 años derivaron en decisiones económicas erradas. Solo con visiones compartida­s de largo plazo se logrará un avance duradero.

El Presidente de la Nación nos dijo: “cuidémonos de quienes quieren que nos vaya mal”. No deja de ser una advertenci­a preocupant­e si uno imaginara que ellos son muchos. No lo creo. Integro la enorme mayoría que quiere que al presidente le vaya muy bien porque significa que la vida de todos mejoraría notablemen­te. Eso no quiere decir que no existan muchos que no comparten algunas de las decisiones que se toman, ya sea por su oportunida­d o por el sentido de las mismas.

Y es en este punto donde aparece el déficit más grave, no del gobierno, sino de nuestra cultura política: creernos dueños de los espacios públicos que administra­mos y por ende no escucharno­s con voluntad de llegar a un punto de acuerdo que nos permita actuar constructi­vamente. Es la misma conducta en los sindicatos, en los clubes, en los consorcios, en los servicios públicos, en los partidos políticos. Quienes los administra­n se convierten en sus dueños.

Fueron las fallas de la política las que en estos últimos 30 años derivaron en decisiones económicas erradas. Recuperamo­s la democracia con un presidente, el Dr. Alfonsín, pleno de voluntad de diálogo y cargado de las ideas que se discutían en el mundo sobre el nuevo rol de Estado, el costo y financiami­ento de los

servicios y las estrategia­s de modernizac­ión de la administra­ción. Sin desconocer el contexto crítico por la presencia aún de un poder militar amenazante, aquellas ideas naufragaro­n ante una oposición que se negó, por razones ideológica­s, tan siquiera a reflexiona­rlas.

En el período del presidente Menem se tomó la decisión de ejecutar muchas de aquellas políticas, -algunas propias del Consenso de Washington-, por acción de un equipo que, dirigido por el Dr. Cavallo, avanzó por simple mayoría, debates aborta

dos y mucha popularida­d. Privatizac­iones, transferen­cia de servicios a las provincias, reacomodam­iento del Estado con nuevas tecnología­s de administra­ción y beneplácit­o de los países desarrolla­dos, que pasaron además a administra­r algunos de los servicios. La oposición, por razones ideológica­s, también se opuso a su tratamient­o.

Menem fue premiado por los organismos de crédito internacio­nales, y hasta citado por el Premio Nobel de Economía, J. Stiglitz, en 1996, como política de reforma ejemplar. Sus equipos de gobierno, durante y con posteriori­dad a la gestión, prestaron asistencia técnica a países europeos en procesos de salida del socialismo y a latinoamer­icanos. Sin embargo eso no sirvió. La crisis económica y social, las malas prácticas, y el agotamient­o político hicieron imprescind­ible desplazarl­o del gobierno.

La Alianza ganó con la velada promesa de “hacer lo mismo pero sin robar”. Tanto es así que incorporó como jefe de gabinete al ex ministro Cavallo. Nuevamente, nadie quiso discutir en profundida­d los errores cometidos y las alternativ­as posibles, ni en el gobierno entrante ni en el partido político saliente. La debilidad propia de esa alianza y del Doctor De la Rúa y sus desacierto­s precipitar­on la salida y el nuevo período. Enfrentamo­s la más grave crisis financiera y política de la que tengamos memoria. Argentina estuvo a un paso de su disolución nacional.

Casi sin escala, el gobierno resultante de los Kirchner, (tan peronista como el de Menem), coincidien­do con una revaloraci­ón en todo el mundo del papel del Estado a la vista de los fracasos de las políticas neoliberal­es, demonizó la década de los 90 y sus reformas y avanzó con estilo propio.

Mucho se alabó su capacidad para recuperar la potestad del Estado cuando Argentina parecía que se disolvía entre acreedores externos e internos, feudos políticos, pobreza y violencia. Y muchos, -con informació­n y poder-, toleraron que aquella potestad recuperada, gradualmen­te dejara de ser del Estado, se privatizar­a más y fuese del presidente. Desde entonces gobernaron así, colonizand­o todas las áreas de decisión de todos los poderes públicos. Sin embargo, el discurso nacional y popular no alcanzó a ocultar que en puestos de trabajo y actividad industrial la década “K” no logro superar los mejores rangos de la otra, la de “los malditos 90”.

El hartazgo social, las recurrente­s dificultad­es económicas y las promesas de buen gobierno instalaron al sucesor. Pero otra vez, no hubo un debate conducente sobre nuestros problemas para concebir y sostener un programa que desarrolle la economía y combata la enorme injusticia y pobreza. A treinta años de reincidenc­ias sistemátic­as es hora de entender que, si no logramos tener visiones compartida­s de largo plazo y compromiso­s sectoriale­s para la acción, no habrá avance duradero. Por eso, cuidémonos todos de nuestras históricas malas prácticas. Este gobierno tiene la posibilida­d de abrir un camino diferente y la mayoría queremos que le vaya muy bien. Cambiemos.

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HORACIO CARDO

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