Un cielo protector para joyas porteñas
Está en un patio diseñado para carruajes. En un palacio, el Leloir. Pero es tan linda que hace que uno mire después las otras maravillas. Primero, la mirada va directo al portal y su marquesina.
Es que la marquesina, aún dispuesta como está, entre tantas líneas elegantes, es capaz de crear otro cielo. Un cielo protector de pétalos de vidrio y hierro.
Es un detalle, se podrá decir. Y hay muchas marquesinas en Buenos Aires. Cierto, pero ésta atrapa.
Aunque tal vez no sean sólo la marquesina ni el jardín ni el palacio los que encandilan, si no, esta sensación de que acá bastan unos pasos para salir de la vorágine y viajar por la memoria de Buenos Aires, la París latinoamericana.
Los aires de la capital francesa no son el único “destino” en la calle Libertad, entre Arenales y Juncal, y alrededores. Pero se imponen. Quién querría perderse el Pasaje Rue des Artisans (calle de los artesanos), de 1887, uno de los más antiguos de la Ciudad, con sus juegos de blancos y grises, sus toldos prolijos, sus tiendas de arte y de decoración y ateliers de moda. ¿Y el Libertad, vestido, como Roma, con la paleta de naranja?
La Ciudad está hecha de contribuciones así, diversas. De adaptaciones, mezclas.
Pase la marquesina del Leloir, donde funciona el Círculo Italiano. Entre al palacio. A lo mejor le gustan más los mármoles, las escaleras espiraladas, las esculturas o el otro jardín, con su plátano bicentenario. Y allí funciona el restorán Circolo Massimo, donde, como entrada, vale la pena pedir burrata o queso brie crocante. O sea algo más de Francia en este pedacito que evoca a Italia o bien algo de Italia en este pedacito que recuerda a Francia. Las combinaciones son siempre una opción. Después de todo, lo decíamos, esto es, así es, (la coqueta) Buenos Aires.