Clarín

Randazzo, Julián y la cruzada bonaerense contra Cristina

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

Los intendente­s son los que tienen fierros para la interna. Sin gobierno nacional ni provincial, son la pesa que puede desequilib­rar la balanza

El colectivo peronista más numeroso es el que lleva a los dirigentes que estuvieron hasta el último minuto con el kirchneris­mo y ahora quieren destruir toda huella de ese pasado. Otros se animaron a escapar antes detrás de Sergio Massa, líder de aquel éxodo de intrépidos que habían pasado diez años calentándo­se bajo el

sol de Néstor y Cristina. Los que permanecie­ron hasta el final siguen dentro del Partido Justiciali­sta, incluso los que rompieron bloques legislativ­os para dejar de obedecerle a La Cámpora. Ahora, con La Jefa devaluada y embarrada en la Justicia, lanzaron una cruzada para destronarl­a. Y, de paso, sacarse de encima a los amanuenses y vicarios que Ella les estampó para recordarle­s que sólo estaban para escuchar

la y obedecerle, credo fundamenta­l de la obediencia debida cristinist­a que les recitó Carlos Zannini con modales cuartelero­s.

Entiéndase que cuando se habla de interna peronista se habla sólo de la provincia de Buenos Aires. Porque es el territorio estratégic­o que al perderse -hoy hace justo un año- desencaden­ó la pérdida de todo. Y porque es el único lugar donde hay ver

dadera disputa. La docena de gobernador­es peronistas se desentiend­e del intento desesperad­o por conservar poder que despliega Cristina. Ellos buscan afianzar su control territoria­l y se sienten cómodos hablando con el Gobierno, que les da plata y obras, y les promete más.

En la Provincia juega fuerte el medio centenar de intendente­s peronistas. Son los que tienen fierros para la interna: estructura­s, presupuest­os, logística. Sin gobierno nacional ni provincial, son la pesa que puede desequilib­rar la balanza. Pero hoy están divididos al menos en cuatro grupos, según se ubiquen más cerca o

más lejos de Cristina. Pero ninguno está para encabezar una lista de candidatos o pelear la comandanci­a partidaria. Necesitan un líder, o al menos un referente.

Los disciplina­dos con Cristina no tienen problemas: irán con quien les digan y si la candidata es Ella mucho mejor así no tienen que fumarse a ningún paracaidis­ta. Los neo-kirchneris­tas, o kirchneris­tas

pero no tanto, juegan con Daniel Scioli y Fernando Espinoza. Dispositiv­o simple: el titular del PJ bonaerense valida al ex gobernador, quien a su vez se mantiene alineado con Cristina. Se presentan como Plan B, con Scioli como gran candidato si no es acompañant­e de Ella. Parece imposible pero puede andar.

Los demás la tienen clara: quieren borrar al kirchneris­mo de su propio pasado y del futuro peronista. Les espanta terminar entregándo­se de a uno a la tentación de Massa o salir corriendo a los brazos de Macri y Vidal que los esperan con chequera prometedor­a. Planean dar batalla contra los ultra K en las PASO de 2017, para forzar la unificació­n y no regalarle al Gobierno la fortuna de un peronismo partido en tres o más pedazos.

Ahí es donde empieza a perfilarse la dupla Florencio Randazzo- Julián Domínguez, uno como senador, el otro al frente de la lista de diputados. Ya depusieron rencillas comarcales que cultivaron desde tiempos juveniles y creen poder pescar en varias de las lagunas de intendente­s que se dispersan por el territorio provincial.

Los dos terminaron enfrentado­s con Cristina. Randazzo le rechazó la orden de ser candidato a gobernador. Domínguez se opuso en la interna a Aníbal Fernández, que era el postulante de Ella con el poder del Estado y el activismo furioso de La Cámpora detrás.

Randazzo es muy peronista y conserva bastante buena imagen por su gestión como ministro; pero quizás tema que si asoma la cabeza le tiren con algún expediente sobre la compra de trenes, por ejemplo. Se dice que un fiscal amigo de Massa tiene todo listo para activar la denuncia en el momento indicado.

Domínguez cuenta con la ventaja de poder hablar con el interior agropecuar­io sin que le refrieguen los malos recuerdos del conflicto con los Kirchner. Y como hombre de la Iglesia, confía en llegar a sectores sociales y políticos identifica­dos con el papa Francisco.

La reciente unificació­n de la CGT supuso, como efecto secundario pero fríamente calculado, la reaparició­n de los gremios en

el escenario peronista. Un miembro de la nueva conducción, el moyanista Juan Carlos Schmid, acaba de reclamar elecciones inter

nas en el PJ. En la iniciativa estarían gremialist­as importante­s que todavía mantienen a Massa como referente. Los jefes sindicales no quieren saber nada más con Cristina.

Precavidos, los novedosos anti K reclaman juego limpio con la designació­n de apoderados, para que no haya trampas ni vetos a la hora de anotar las candidatur­as. Esa función tiene hoy tres encargados en el PJ provincial: Jorge Landau, también apoderado nacional y a quien nadie reprocha; el matancero Espinoza, mirado con desconfian­za por su juego ambivalent­e; y el camporista Wado De Pedro, al que los flamantes renovadore­s le cargan todas sus cuentas pendientes.

Ahí es cuando recuerdan que la lapicera para armar las listas en las últimas elecciones la había manejado José Ottavis, otro camporista, que además apuntaba para ministro de Gobierno de Aníbal Fernández.

Eso fue antes de que María Eugenia Vidal triturara a Aníbal en las urnas. Y de que Ottavis se cruzara con la abundante Vicky Xipolitaki­s.

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