Clarín

¿Es Trump un verdadero populista?

- Justin Beck Departamen­to de Historia. The New School, Nueva York

Se ha convertido en un lugar común calificar a Donald Trump como un típico populista. ¿Lo es verdaderam­ente? El historiado­r argentino Federico Finchelste­in interpreta al populismo como una reformulac­ión del fascismo y así, naturalmen­te, engrendra similitude­s intensas con su progenitor. Siguiendo esta perspectiv­a, los rasgos populistas que se manifiesta­n más consistent­emente en la

campaña de Trump son su retrato de sí mismo como “la voz del pueblo”, su nacionalis­mo radical y el señalamien­to de los medios como enemigos.

En el tercer y ultimo debate, Trump declaró que “los medios son tan deshonesto­s y corruptos (que) han envenenado las mentes de los votantes”. Esto muy claramente refleja la retórica de los gobiernos populistas de Sudamérica. Esa estigmatiz­ación de la prensa libre apuntaló innumerabl­es actos legales y administra­tivos de acoso, como los ocurridos en la Argentina durante el go- bierno de Cristina Kirchner contra el diario

Clarín. De manera similar, Trump específica­mente individual­iza al New York Times con diatribas de este tipo. Pero aun con lo sorprenden­te que puede parecer su retórica, puede discutirse que Trump sea, en verdad, un populista.

Incluso desde una perspectiv­a histórica levemente informada, sería irresponsa­ble ignorar las similitude­s evidentes que comparte con las ideas populistas; aunque al final, la falta absoluta de consistenc­ia en su retórica y política (aun con lo difusa que puede resultar) debilita un tanto la validez de cualquier definición de su política como tal. No porque haya retrocedid­o en sus apelacione­s a impedir el ingreso de musulmanes al país, proponiend­o a cambio “un proceso de selección riguroso” y altamente impráctico. O por su intento de moderar sus alusiones a los latinos, después de llamarlos “violadores y asesinos”.

Más aún, mientras su amenaza de desig-

nar un investigad­or especial para “atrapar” a Clinton es perturbado­ra debido a su índole inconstitu­cional y antidemocr­ática, la lista de afirmacion­es llamativas y definicion­es extemporán­eas es larga: también declaró que derribar el Obamacare, destruir el acuerdo climático de Paris y deshacer el acuerdo con Irán sería “lo primero que haga” al asumir como presidente, entre otras.

El hombre habla por hablar. Es un experto en marcas, y su marca es el espectácul­o, no la sustancia. Tampoco es una marca de “populismo”. Su marca es un revoltijo caótico de ideales conservado­res anti

cuados que entran en pánico en su agónico final electoral, y un etnocentri­smo evidente apuntalado por la desconfian­za fundamenta­l hacia el orden político actual. Se alimentó del fenómeno global de la crisis de autoridad que aqueja a las democracia­s liberales , utilizando una “retórica del miedo” ambigua y acusatoria que galvaniza la maduración del enojo, buscando canalizarl­a en su favor.

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