Otra novela de Andrea que es para llorar
“Pasan los años, pasan los gobiernos, los radicales, los peronistas …/ pasan veranos, pasan inviernos/quedan los artistas/pasan las crisis, pasan las guerras, pasa la prensa sensacionalista/las prohibiciones, las listas negras,/quedan los artistas/ pasan mecenas, pasan los censores,/pasan los hipócritas y moralistas,/tiempos mejores y tiempos peores,/quedan los artistas/” (Fragmento de la canción “Quedan los artistas”, de Enrique Pinti, parte de su exitosa Salsa criolla, una radiografía filosa del ser de los argentinos)
Los artistas, de un modo u otro, siempre tuvieron alguna relación con el poder. A veces, una vecindad exagerada, por cercanía ideológica o por mero apetito comercial. Otras, pura distancia para proclamar independencia de los gobiernos y asumirse como
juglares contestatarios. El poder, todo poder, hace de los primeros una simbiosis de utilidades mutuas. Y teme a los segundos, porque sus voces, como las de Enrique Pinti
durante regímenes autoritarios, dejan al rey
(o a la reina) desnudos, como en la alegoría del cuento de hadas danés de Hans Christian Andersen.
En nuestro país, por ejemplo, el teatro nació en maridaje con los próceres fundacionales, y tras la Revolución de Mayo y durante las guerras de la Independencia se transformó en vehículo difusor de la Patria en
ciernes. Ese puente entre los escenarios y los cenáculos del poder es consustancial a la cultura de cada época, desde tiempos casi inmemoriales. Los antiguos griegos y romanos utilizaban grandes anfiteatros para sus obras y allí los actores usaban una máscara para mostrar sus estados de ánimo. Se las llamaba
per sonare (para sonar), un modo de suplir la obvia carencia de voz. Ese per sonare, esa máscara, devino en la palabra persona. Hoy, algunos actores exageran esas máscaras, como Andrea del Boca o Federico Luppi con el kirchnerismo. Durante el peronismo originario el fenómeno fue inverso: la colonia artística despreciaba a los pares que adherían al gobierno. Hubo casos emblemáticos: Discepolín, Hugo del Carril, Zully Moreno, Fanny Navarro o Elina Colomer, las dos últimas vinculadas a Juan Duarte, hermano de Evita. Por su parte, el peronismo no trató
nada bien a Atahualpa Yupanqui, Osvaldo Pugliese o Libertad Lamarque, por dar algunos nombres. La grieta viene de lejos.
Por estas horas, el escándalo impacta en Andrea del Boca, la recordada “Andrea Celeste” (novela producida por ATC durante
la dictadura) quien desde pequeñita hacía llorar a vastísimas audiencias. En confianza, entonces tenía 14 años y ahora anda por
los 51. De chiquita nos arrancaba lágrimas de ternura, ahora son para llorar las obscenas millonadas de dineros públicos de sus contratos con el kirchnerismo, amputados a
presupuestos sociales, en complicidad con De Vido. Si hasta truchó las cifras de actores contratados para esas producciones. La canción de Pinti le queda grande. Demasiado.