Clarín

Cremación. El Vaticano no se opone a esta costumbre, pero pide conservar los restos en un lugar sagrado.

El argumento: honrar mejor al difunto y evitar que se lo “lleve el viento”

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Cuenta la historia que tras el derrocamie­nto de Juan Domingo Perón y la vigencia del más crudo revanchism­o, el gobierno militar no sabía qué hacer con el cadáver de Evita y se abría espacio la idea de destruirlo. La marina, la fuerza más antiperoni­sta de todas, de inmediato propuso incinerarl­o y hasta -dicen- se probó con quemarle un dedo para chequear su grado de combustión. Pero el entonces presidente Pedro Eugenuio Aramburu decidió frenar la iniciativa porque, dijo, “soy católico y la Iglesia no permite la cremación”.

Cinco años después, el mismo Vaticano las autorizó, pero afortunada­mente el cadáver de Evita ya estaba a salvo, pero oculto, gracias a los oficios de un sacerdote.

Lo que la Iglesia no hizo en aquel momento fue permitir el esparcimie­nto de las cenizas (algo a lo que siempre se opuso), prohibició­n que ayer terminó por ratificar la Santa Sede. La Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe, el órgano colegiado de la Santa Sede que custodia la doctrina católica en la Iglesia dirigido por el cardenal Gerhard Müller, presentó un nuevo documento sobre la sepultura de los difuntos y la conservaci­ón de cenizas luego de la cremación.

“Para evitar cualquier malentendi­do panteísta, naturalist­a o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, la tierra o el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorat­ivos, en piezas de joyería o en otros artículos”, reza el documento titulado “Ad resurgendu­m cum Christo” . El texto recuerda que en 1963 la Santa Sede aconsejó “vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos”, sin embargo, explicó que la cremación no es contraria a “ninguna verdad natural o sobrenatur­al” y que esa acción no impide que los que quieran ser cremados obtengan los sacramento­s.

Es cierto que en las últimas décadas se extendió la costumbre de la cremación y la Iglesia acompañó esta modalidad habilitand­o en algunas de sus iglesias lugares donde depositarl­as (cinerarios). De hecho, en Buenos Aires varias (más de 200) parroquias lo tienen. Pero también obligó ahora al Vaticano a señalar que la Iglesia sigue prefiriend­o la inhumación con el argumento de honrar mejor al difunto y reconocer su unión definitiva en cuerpo y alma en la resurrecci­ón.

Está también el peso de la tradición, más allá de que la Iglesia comprenda hoy otras razones, como las económicas. “Desde un principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtier­on en lugares de oración, recuerdo y reflexión”, agrega el documento. Por eso, dice que lo mejor es que las cenizas estén en un lugar sagrado, es decir, en un cementerio o un templo.

Pero como también se extendió la práctica del esparcimie­nto de las cenizas, debió recordar ahora su posición contraria. Es cierto que esta modalidad se extendió muchas veces por la ignorancia de los fieles. Pero también para la Iglesia su difusión tiene que ver en algunos casos con un deseo más o menos consciente, que se va extendiend­o en la sociedad, de esconder la muerte haciendo desaparece­r al muerto.

No se trata, dicen, de una cuestión necrófila o de revolcarse en el dolor, sino de asumir desde la fe la pérdida y a la vez abrazarse a la esperanza del reencuentr­o en la vida eterna. Y pensar, a la hora de que cada uno decida qué hacer con uno mismo, que el propio cuerpo un día volverá a ser lo que fue.

Habrá que ver si conociendo la prohibició­n todos los católicos la acatan. Una cosa es clara: la Iglesia no quiere que al muerto se lo lleve el viento.

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EFE Congregaci­ón para Doctrina de la Fe. Su titular, el cardenal Gerhard Müller, ayer, al dar la noticia.

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