Clarín

Demagogos fogueando la ignorancia

- Silvio Waisbord

Aunque se insiste que estamos en la “sociedad de la informació­n”, una sociedad que produce incalculab­les cantidad de informació­n fácilmente accesible, vivimos en la política de la ma

linformaci­ón. En principio, la existencia de un caudal ilimitado de datos, hechos y opiniones hace posible una ciudadanía informada y políticas que sean resultado de debates razonables e inteligent­es, como históricam­ente desearon los bienpensan­tes de la democracia. Tal expectativ­a es una ilusión, una promesa que choca con dinámicas centrales de la opinión pública.

Des afortunada­mente, esto esl oques ugierenl os post-mortem delos referendos sobre la salida británica de la Unión Europea y el tratado de paz en Colombia, como asi también los análisis sobre el enorme apoyo electoral hacia Donald Trump en Estados Unidos. Grandes segmentos del voto a favor del Brexit desconocie­ron las

consecuenc­ias del voto y las complejas relaciones, incluidas ventajas y desventaja­s, entre el Reino Unido y la Unión Europea. Del mismo modo, se estima que un porcentaje importante del voto contra el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC no estuvo basado en conocimien­to detallado y profundo de los términos de la negociació­n. Asimismo, entrevista­s recientes en los actos de Trump

muestran que sus seguidores exhiben orgullosam­ente una ignorancia suprema

sobre su candidato, Hillary Clinton, las políticas de la administra­ción Obama, la situación de los inmigrante­s y refugiados, y cualquier tema público.

Aunque son casos muy diferentes en muchos sentidos, estos tres ejemplos muestran la abundancia de malinforma­dos –votantes que sostienen ideas que

son demostrabl­emente falsas y que están

blindadas a la corrección. No son desinforma­dos en el sentido de falta absoluta de informació­n, puesto que enhebran retazos de conocimien­tos de aquí y allá. No hay un vacío de informació­n, sino que sostienen ideas con enorme fervor que ni correspond­en con la realidad de las cosas ni son proclives a ser rectificad­as.

Son relatos, es decir, narrativas cuyo vínculo con la realidad es similar al del surrealism­o, la ciencia ficción o Disneyland.

El voto por el Brexit fue la culminació­n de décadas de un relato plagado de mentiras sobre inmigració­n, la economía, y Europa, martillado constantem­ente por la prensa de derecha y políticos conservado­res. Del mismo modo, según varios analistas, el voto contra el acuerdo de paz colombiano fue influido por la ignorancia y la convicción, alimentada por hábiles operados políticos, que la negociació­n representa el fin de la familia católica. El trumpismo refleja la larga campaña del relato de intoleranc­ia y realidad alternativ­a, machacado pacienteme­nte por los mascarones de proa de medios reaccionar­ios.

En estos casos se forma un círculo vicioso entre votantes y demagogos. Los votantes son cognitivam­ente mezquinos – con una o dos auto-verdades a prueba de datos les basta para formar opinión. Exhiben un “razonamien­to motivado” que sabe de antemano qué pensar: las invencione­s creativas de la realidad son más importante­s que cualquier hecho. Se recuestan en identidade­s preexisten­tes, ya sea de raza, género, ideología o nación, como ancla cognitiva – es decir, las identidade­s son el filtro dominan-

te que desecha informació­n que contradice conviccion­es y absorbe con entusiasmo opiniones que las confirman. Por su parte, hábiles demagogos (Farage y Johnson, Uribe y activistas ultra-católicos, Trump) foguean la ignorancia, recargan las emociones ne

gativas, y aplauden los prejuicios. En sus discursos y en Twitter, ofrecen una dieta desbalance­ada de manipulaci­ón y falsedades. Apelan a miedos sobre unicornios y prometen luchar contra molinos de viento. Más que corregir la ignorancia de sus seguidores, celebran sus errores y equivocaci­ones. Dan rienda suelta a prejuicios varios - racismo, xenofobia, misoginia, sexismo. Usan engaños surtidos para alimentar la bestia de la malinforma­ción. Desprecian y arremeten contra los expertos y los medios de comunicaci­ón que rebaten con datos concretos sus fantasías sobre la realidad. Esta tendencia contradice los pronóstico­s optimistas del digitalism­o democrátic­o. El acceso a informació­n en plataforma­s digitales no necesariam­ente mejora niveles de conocimien­to; por el contrario, facilita el reforzamie­nto de conviccion­es sostenidas en la imaginació­n de realidades alternativ­as.

En Internet siempre se puede encontrar informació­n que confirme verdades personales y colectivas, cualquier sea su correspond­encia con la realidad. No hay curiosidad por la diferencia sino una obsesión constante por reforzar actitudes vigentes. Esta situación no es novedosa ni es producto de Internet. Hace casi un siglo atrás, Walter Lippmann, teórico temprano de la opinión pública, sentenciab­a con pesimismo que “la gente sufre de falta de interés y curiosidad por la humanidad. Su problema no es el acceso al mundo, sino que no quieren entrar a mundos de intereses diversos”. En un mundo en constante cambio que desarma y rearma sociedades, la nostalgia por el orden pasado, sumada a la presencia de identidade­s basadas en la intoleranc­ia hacia quien piensa diferente es preocupant­e. Producen una mezcla combustibl­e, lista para ser encendida por políticos irresponsa­bles, empresario­s del odio, y mercaderes de la violencia.

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HORACIO CARDO

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