“Nada nos gusta más que quedar bien ante los demás”
Redes & comida. La avidez por mostrar lo que comemos dispara una suerte de narcisismo gastronómico.
Antes de la llegada de las redes sociales, era muy difícil encontrar una manera para decirle al mundo lo abiertos que estábamos a nuevas experiencias, cuán sofisticados que éramos y qué conectados estábamos con nuestros sentidos. Inevitablemente teníamos que viajar y hacernos sacar una foto para poder mostrarnos sentados en una tienda beduina bebiendo té negro junto a un Tuareg, comiendo grillos en una ciudad mexicana, nadando con delfines en el mar caribe y –si fuera necesario- jugando al backgammon con un gorila espalda plateada en un brumoso amanecer keniano. Qué no se diga que no somos innovadores y exóticos, por favor. Se podría pensar que esto es una tendencia meramente argentina, pero no es así. En Tel Aviv, Israel, el restaurant Catit creó vajillas como forma de “infinito”, como un estudio fotográfico del tamaño de un bife de chorizo, digamos. El objetivo: hacer que no solo la comida sea inolvidable, sino que la foto que los comensales compartan en redes sociales se vean de la manera más espectaculare posible. Antes que nada, tenemos que entender algo: nada nos gusta más que quedar bien ante los demás. Nos gusta que nos vean arregladitos, peinados, prolijitos e incluso con –si se puede- con onda. Ya nadie se conforma con un tortilla con chorizo colorado. Hoy debe ser una tortilla de tempura de cho- rizo con espuma huevo de codorniz. Y fotogénica. Porque así de modernos somos. El problema es que es muy difícil lograr que tengamos onda todo el tiempo. A veces, no nos queda otra que pedir un tostado en un bar rantifuso de la zona de Tribunales y no hay manera de sacarle glamour al asunto. Ni siquiera haciendo un esfuerzo en “qué porteño este momento” o tratando de hacer un comentario irónico á-la-hipster. Y ahí es donde blogs como Inutíli
simas, El Gordo Cocina o Paulina cocina o Pick up the fork entran a contrarrestar la cosa: porque ante tanta sofisticación y ganas de proyectarse como un connoisseur internacional, hay otra gente que se esmera en hacer un budín con las medialunas viejas que nos quedaron del domingo y que nos da no sé qué tirar, o que nos dice cómo hacer un chegusán para el infarto (sic). Por supuesto que siempre habrá gente que se esmere en sacar la foto perfecta de ese helado de alcaparras flambeadas con reducción de té verde. Otros –entre los que me encuentrodisfrutaremos, posiblemente en silencio digital, de pizzas, de hamburguesas, de chimichurris y pestos privados. Porque, de chiquito, me enseñaron que hablar con la boca llena estaba mal. Y sacarse fotos, ni les cuento.
“El problema es que es muy difícil lograr que tengamos onda todo el tiempo”.