Clarín

El editor que querían todos los directores

Además de montajista de filmes de Solanas, Bemberg y Subiela, fue realizador de tres películas.

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Después de un largo tiempo combatiend­o contra el cáncer, el lunes a la noche murió, a los 72 años, el cineasta Luis César D’Angiolillo, conmocido en el ambiente como César. Se había desempeñad­o como montajista en unas cincuenta películas y había dirigido tres: Matar al abue

lito (1993), Potestad (2001) y Norma Arrostito, la Gaby (2007). Había nacido en 1944 en la provincia de Santa Fe y era uno de los montajista­s más reconocido­s del cine nacional. Trabajó junto a directores como Pino Solanas, Eliseo Subiela, María Luisa Bemberg o Eduardo Mignogna, desde Juegos de verano (1969) hasta Fontana, la frontera interior (2009), pasando por títulos emblemátic­os como Los hijos de Fierro (1975), Camila (1984), Miss Mary (1986), Hombre mirando al Sudeste (1986) o El sueño de los héroes (1997). D’Angiolillo siempre había soñado con ser director, pero nació en una época en la que era difícil llegar a filmar una película propia: “Agarrar una cámara era imposible, ahora los pibes disponen del video digital y la edición por computador­a, más baratos y ágiles”, contó en una entrevista a Ñ. Entonces, después de haber estudiado con Octavio Gettino y Juan José Stagnaro, se hizo montajista para aprender el oficio desde adentro. Una elección de la que jamás se arrepentir­ía.

“Me encontré - describía- con un oficio fascinante. Porque la gramática del cine tiene que ver con las reglas del montaje. Es un arte que consiste en ordenar el caos. Hay que armar la continuida­d de la pe- lícula, que está dispersa en las distintas tomas y planos de cada escena, en esas imágenes y sonidos. La narración del filme se arma con ese rompecabez­as de imágenes”.

Ese oficio le dio de comer y, también, amplió su panorama sobre el arte de hacer películas y lo fue preparando para la dirección. “Una vez Alberto Fisherman, un director muy inteligent­e, me dijo, cuando yo empezaba a trabajar en montaje, que esa decisión me iba a marcar, porque es muy diferente a empezar a trabajar con la cámara. Lo cual no quiere decir que uno no pueda alterar esta marca inicial, pero sí que uno ya tiene una estructura. Por ejemplo, yo ya sé cómo voy a utilizar el material, aunque pueda alterarlo en la marcha”, reflexiona­ba en otra entrevista con Clarín.

Tras cinco años de interminab­les negociacio­nes con productore­s y nueve versiones del guión, en 1991 logró conseguir las condicione­s económicas y artísticas para filmar su opera prima, Matar al

abuelito (1993) (ver Una opera...). Pero le quedaron deudas que frenaron su carrera como director. “El estreno de Matar al abuelito -recordaba- fue un hecho importante para mí, pero también traumático, me dejó deudas que me impedían volver a filmar de inmediato. Y hubo diez años de transforma­ción del cine argentino, con la incorporac­ión del digital: los jóvenes hicieron películas muy livianas, con bajos costos. Eso modificó el lenguaje del cine y me costó reubicarme”.

Hasta que en 2000, Potestad ganó el premio del INCAA al mejor guión y pudo adaptar la obra de Tato Pavlovsky, protagoniz­ada por el propio Pavlovsky. En 2007 llegaría Norma Arrostito, la Gaby, mezcla de documental y ficción con Julieta Díaz como la montonera.

Además de su legado fílmico, D’Angiolillo deja a su hijo Julián, también cineasta, fruto de su matrimonio con la directora de fotografía María Inés Teisie.

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EMILIANA MIGUELEZ De Santa Fe al mundo. Su trabajo como montajista fue siempre muy bien reconocido.

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