Esa saludable costumbre de arriesgar y salir ganando
El cantautor da una nueva vuelta de tuerca a su sonido, de la mano de un seleccionado de grandes músicos.
“Cada paso que yo di, puede ser extraño, cada vez que me perdí, no me alcanza.”
Hace tiempo que Lisandro Aristimuño dejó de ser parte de ese puñado de cantautores que desde el ‘ in
die’ apuestan a una forma diferente de la canción, para trazar su propio camino, que bordea precipicios y transita plácidas praderas atravesadas por los siempre presentes vientos del sur; su sello de fábrica.
En esa búsqueda, Mundo anfibio, editado en abril de 2012, fue una especie de coronación de un trayecto en el que la acumulación de pasado no fue sólo un amontonamiento de títulos de canciones -más o menos buenas, mejores o peores-, en el sentido de una carrera que suma más por antigüedad y por cantidad que por calidad.
Al contrario, el antecesor del flamante Constelaciones fue algo así como el punto de encuentro de dis- tintas experiencias sonoras practicadas a lo largo de doce años y cinco discos de estudio, combinadas en un ambicioso proyecto con eje en la dualidad agua-tierra. Sostenido por una ajustada banda que acompañó su pausado pero constante proceso de crecimiento, cuyo resultado final fue un notable salto de creatividad. Y de popularidad. (Ocho Gran Rex no son tan fáciles de llenar, sólo con un nuevo disco bajo el brazo)
Sin embargo ahora, fiel a su estado de exploración permanente, Aristimuño dejó de dejar de mirar hacia abajo, levantó la vista al cielo y decidió que un cambio de perspectiva bien valía la pena una nueva vuelta de tuerca a su itinerario, a riesgo de perder la marca a fuego de identidad que grabó en Mundo anfi
bio. Y, una vez más, salió ganando. A través de once “constelaciones”, en su nuevo álbum, el músico naci- do en Viedma hace, hoy, 38 años, vuelve a reformular su discurso, y de la mano de un plantel de músicos en el que de sus anteriores discos sólo se mantiene Ariel Polenta, en teclados, y al que se incorporaron -para la grabación-, entre otros, Javier Malosetti, Sergio Verdinelli, Nico Ibarburu, Nico Bereciartúa y los vientos de Juan Canosa, Ramiro Flores y Sergio Wagner. Una lista que no hace si no resaltar cada uno de los aciertos de Aristimuño en la administración de sus talentos; y de sus propios recursos, a saber:
1) El uso de las texturas creadas por el tándem Canosa-Flores-Wagner en las dos primeras constelaciones, Rastro de percal, que remite en su comienzo al formidable
E Batumaré, de Herbert Vianna, y la georgeharrisoniana Hoy, hoy,
hoy, con un rol esencial del slide de Bereciartúa.
2) El pedal steel de David Soler en la balada patagónica De nue
vo al frío; las guitarras eléctricas de Nico Ibarburu en esa especie de
blues desgarrado que es Una flor - ”yo quiero besar sin tener que amar, quiero besar sin tener que matar”, canta- y la del capítulo más folk del disco, Hijo del sol. “Cubro mi voz, calmo el dolor, tiemblan las ramas de lo que soy”.
3) La ductilidad de Javier Malosetti para hacer que siempre su bajo suene al servicio de la canción, y no al revés; y el buen criterio de Polenta para ejecutar sus teclados; especial mención para el armonio de la hipnótica Good Morning Life.
4) Ultimo, pero no por eso lo menos importante. La capacidad de Aristimuño para condensar a través de capas y más capas de voces una idea, y a partir de ella crear un clima, en no más de tres minutos. En plan folk-rock - Voy con vos-, folclórico - Tres estaciones-, o en una bella y breve melodía - Respi
rar- que lo dice todo. w