Clarín

Esa tentadora magia de un mazo de cartas

- Fernando Sendra fernandose­ndra@clarin.com

¿Para qué sirve un mazo de cartas? Españolas o de póker, casi siempre viejas, y a menudo rotas. Y sin embargo ahí están, firmes, en el cajón de la mesita ratona, en el mueble de los platos, en una caja que también guarda botones, o tal vez junto a los enseres del asado. Ellas nos esperan, siempre listas para acompañarn­os en la noche mientras aguardamos a un hijo que salió a su primera juerga y se demora; para un chin-chon con gusto a infancia; para jugar a la casita robada con el abuelo, o para hacer tiempo mientras llega el chorizo rozagante de grasa y de efluvios. Y también para equilibrar una paella que tiene más caldo de un lado que del otro y habrá que nivelar agregando cinco, diez, quince barajas en su base. O para hacer magia.

Qué hermosos son los seductores trucos para intentar engañar a mujeres que nos hacen creer que creen nuestro engaño mientras ríen, se tocan el pelo, se divierten con nuestra ingenuidad sincera. Jamás vi a una mujer maga. Todas lo son … magas … hechi- ceras … no puedo distinguir­lo.

Y también las cartas sirven para tirar a embocar en un sombrero, o para que las señoras se apantallen mientras juegan canasta, o para reunir a cinco veteranos alrededor de un paño verde cada viernes, y para adivinar el futuro, y para regalarle un as de corazón a la mujer amada.

Y además para hacer castillos de naipes, y para jugar a la luz de un farol una tarde de lluvia y campamento.

Y ahora sí: ¿para qué sirve una computador­a? Para todo, absolutame­nte para todo. Pero especialme­nte para jugar a las cartas.

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